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Por fin vemos las primeras señales de la primavera, y me siento agradecida. Te pido que le des al capitán Mellark uno de estos azafranes. Espero haberlos planchado correctamente. Me pareció que a ambos osgustaría tener un pequeño trozo de Inglaterra.

DE KATNISS EVERDEEN A SU HERMANO THOMAS.

Más tarde esa mañana, Katniss fue a caminar hasta el puerto. Peeta le había dicho durante el desayuno que se reuniría con el coronel Stubbs y que no sabía cuánto tiempo estaría ocupado. Katniss debía arreglárselas sola, quizá todo el día. Había vuelto a la habitación con la intención de terminar el libro de poemas que había estado leyendo durante la última semana, pero pocos minutos después había decidido que necesitaba salir. La habitación le parecía demasiado estrecha, las paredes estaban demasiado cerca, y cada vez que intentaba concentrarse en las palabras impresas se le llenaban los ojos de lágrimas. Estaba sensible. Por muchas razones.
Por ello, decidió que debía ir a caminar. El aire fresco le haría bien, y sería menos probable que de repente rompiera en lágrimas si había testigos. Objetivo para ese día: no llorar en público. Parecía un objetivo factible.
El clima era bueno, no hacía demasiado calor y corría una ligera brisa desde el mar. El aire olía a sal y a algas marinas, una sorpresa agradable considerando la frecuencia con que el viento traía el hedor de los barcos de prisioneros que amarraban a poca distancia de la costa. Katniss había estado en Nueva York el tiempo suficiente para aprender algo sobre las rutinas del puerto. Llegaban barcos casi todos los días, pero rara vez transportaban pasajeros civiles. La mayoría eran buques mercantes, que trasladaban los suministros necesarios para el ejército británico. Algunos de ellos se habían modificado para transportar pasajeros de pago; así había viajado Katniss desde Liverpool. El propósito principal del Lady Miranda había sido llevar alimentos y armamento a los soldados apostados en Nueva York. Pero también había transportado catorce pasajeros. No hacía falta decir que Katniss había llegado a conocer muy biena la mayoría de los pasajeros durante la travesía de cinco semanas. Tenían poco en común excepto que todos hacían un viaje peligroso por un océano turbulento hacia la asediada área costera de una masa continental en guerra. Dicho de otro modo, todos estaban locos de remate. El pensamiento la hizo sonreír. Aún no podía creer que hubiese tenido agallas para cruzar el océano. Sin duda, la había empujado la desesperación y no había tenido muchas opciones; sin embargo...
Estaba orgullosa de sí misma. De eso al menos. Ese día había varios barcos en el puerto, incluido uno que Katniss había oído que pertenecía ala misma flota que el Lady Miranda. El Rhiannon, así se llamaba, había hecho la travesía a Nueva York desde Cork, en Irlanda. La esposa de uno de los oficiales que cenaba en el Devil'sHead había viajado en él. Katniss no la conocía personalmente, pero su llegada a la ciudad había sido motivo de muchos cotilleos. Con la cantidad de chismes que circulaban por el comedor todas las noches, era imposible no prestarles atención. Paseó más cerca de los muelles, usando el palo mayor del Rhiannon para guiarse. Conocía el camino, por supuesto, pero se le antojó llegar a destino usando sus rudimentarios conocimientos de navegación. ¿Cuánto tiempo hacía que el Rhiannon estaba en Nueva York? Si su memoria no le fallaba, todavía no hacía una semana. Significaba que, seguramente, permanecería en el muelle unos días más antes de emprender el viaje de vuelta. Debían descargar las bodegas y luego volver a llenarlas con un nuevo cargamento. Por no mencionar a los marineros, que sin duda merecían un tiempo en tierra firme después del largo viaje. Cuando Katniss llegó al puerto, el mundo pareció abrirse como una flor en primavera. La luz brillante del mediodía se hizo paso, sin el obstáculo de los edificios de tres y cuatro pisos que tapaban el sol. El agua tenía algo que hacía que la tierra pareciera infinita, aun cuando los muelles no estuvieran a mar abierto. Era fácil ver Brooklyn en la distancia, y Katniss sabía con qué rapidez un barco podía atravesar la bahía y salir al Atlántico. Era una escena muy bonita, pensó, aunque no se parecía en nada a su país como para dejar una huella imborrable en su corazón. Sin embargo, era agradable, en especial, el modo en que el agua se transformaba en olas coronadas de espuma y luego chocaba impaciente contra el muro de contención. El océano ahí era gris, pero hacia el horizonte se oscurecía y adquiría un tono azul profundo e intenso. Algunos días, los turbulentos, hasta le había parecido verde. Otro pequeño dato que jamás habría conocido si no hubiese salido de la seguridad de su hogar en Derbyshire. Se alegraba de haber viajado. De verdad. Se marcharía con el corazón roto (por más de un motivo), pero habría valido la pena. Era una mejor persona; no, era una persona más fuerte.
Una mejor persona no habría mentido durante tanto tiempo. Sin embargo, era bueno haber ido. Para sí misma, y quizá también para Peeta. Dos días antes de despertar, su fiebre había subido a niveles peligrosos. Ella había permanecido a su lado toda la noche, poniéndole paños fríos sobre la piel. Nunca iba a saber si en realidad le había salvado la vida, pero si así había sido, todo eso había valido la pena. Tenía que aferrarse a esa idea. Le haría compañía el resto de su vida. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que ya estaba pensando en marcharse. Bajó la mirada a su cintura. Podía estar embarazada; aún no había tenido pruebas de lo contrario. Sin embargo, era poco probable y sabía que debía prepararse para la logística del viaje.
Por ello su visita al puerto. No había pensado de forma consciente por qué sus pasos la llevaban al mar, pero ahora, al observar a dos estibadores cargar cajones en la bodega del Rhiannon, le resultó evidente que había ido a hacer indagaciones. En cuanto a qué haría una vez que llegara a su país... Suponía que tendría tiempo de sobra en el camarote del barco para pensar en ello.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora