Hace tanto tiempo que no tengo noticias tuyas... Intento no preocuparme, pero es difícil.
DE KATNISS EVERDEEN A SU HERMANO THOMAS.
Cuando Peeta no volvió a las nueve, a Katniss le pareció curioso. Cuando no volvió a las nueve y media, la curiosidad dejó paso a la preocupación. Y a las diez, cuando las campanas de la iglesia cercana sonaron con fuerza, volvió a tomar la nota, solo para asegurarse de no haber leído mal la primera vez.
"He ido a buscar el desayuno. Regresaré antes de que te despiertes."
Se mordió el labio inferior. Difícilmente podía interpretarse de otra manera. Empezó a preguntarse si estaría abajo y lo habría abordado algún oficial. Sucedía siempre. Parecía que todo el mundo lo conocía, y la mayoría quería felicitarlo por haber vuelto con vida. Los soldados podían ser muy charlatanes, especialmente cuando estaban aburridos. Y todo el mundo parecía aburrido esos días, aunque muchos señalaban que era preferible eso a estar luchando. Así que Katniss se dirigió al salón principal del Devil's Head, preparada para sacar a Peeta de una conversación no deseada. Ella le recordaría una reunión muy importante y luego, quizá,volverían arriba...
Pero Peeta no estaba en el salón principal. Ni en la parte de atrás. "Regresaré antes de que te despiertes."
Era evidente que había habido algún problema. Peeta siempre se despertaba antes que ella, pero ella no era ninguna remolona. Él lo sabía. Siempre estaba vestida y lista para desayunar alas ocho y media. Tuvo ganas de salir a buscarlo, pero sabía que, si lo hacía, él regresaría cinco minutos después de que ella se hubiese ido, y él saldría a buscarla, y se pasarían toda la mañana sin cruzarse. Así que esperó.—Se ha levantado tarde esta mañana —dijo el posadero cuando la vio de pie e indecisa—. ¿Le traigo algo para comer?
—No, gracias. Mi marido traerá...
—Frunció el ceño—. ¿Ha visto al capitán Mellark esta mañana?
—No desde hace varias horas, señora. Me ha dado los buenos días y luego ha salido. Parecía muy feliz. —El posadero esbozó una media sonrisa mientras secaba un jarro—. Estaba silbando. Katniss estaba tan distraída que ni siquiera se avergonzó ante el comentario. Miró hacia la ventana que daba a la calle, aunque tampoco se distinguía más que algunas siluetas borrosas através del vidrio traslúcido.—Esperaba que volviera hace un rato —dijo, casi en voz baja. El posadero se encogió de hombros.
—Vendrá pronto, ya verá. Mientras tanto, ¿está segura de que no necesita nada?—Sí, pero gracias. Yo...
La puerta principal crujió como de costumbre cuando alguien la abría, y Katniss se dio la vuelta, segura de que debía de ser Peeta. Pero no.—Capitán Montby —saludó con una pequeña reverencia al reconocer al joven oficial que les había cedido la habitación la semana anterior. Había estado ausente unos días y había vuelto; ahora se alojaba con otro soldado. Ella le había dado las gracias varias veces por su generosidad, pero él siempre insistía en que era un honor y su obligación como caballero. De todos modos, la mitad de una habitación en el Devil's Head era mejor que lo que recibía la mayoría de los soldados británicos para dormir.
—Señora Mellark —dijo él, devolviendo el saludo. Inclinó la barbilla y sonrió—, que tenga una buena mañana. ¿Sale a encontrarse con su marido? Katniss prestó atención. —¿Usted sabe dónde está? El capitán Montby hizo un movimiento vago por encima del hombro.
—Acabo de verlo en la taberna Fraunces.
—¿Qué? Su voz debió haber sido muy chillona, porque el capitán Montby se echó atrás un centímetro antes de responder: —Eh, sí. Solo he mirado el salón por encima, pero estoy seguro de que era él. —¿En el Fraunces? ¿Está seguro?
—Eso creo —respondió el capitán, y sus palabras tuvieron el tono de alguien que no desea verse envuelto en una disputa doméstica.
—¿Lo acompañaba alguien?
—No cuando lo vi.
Katniss apretó los labios mientras se dirigía a la puerta, y se detuvo solo para agradecerle al capitán Montby su ayuda. No imaginaba qué podía estar haciendo Peeta en el Fraunces. Aunque hubiese ido a buscar el desayuno (lo cual no tenía ningún sentido, ya que servían lo mismo que en el Devil's Head), ya estaría de vuelta. Con una comida muy fría.
Y estaba solo. Significaba que..., bueno, sinceramente, no sabía qué significaba. No estaba enfadada con él, se dijo.
Él estaba en todo su derecho de ir adonde quisiera. Solo que le había dicho que regresaría pronto. Si ella hubiese sabido que no volvería, podría haber hecho otros planes. Aunque no estaba segura de qué planes, ya que estaba en un continente extraño donde no conocía a casi nadie. Pero no se trataba de eso. El Fraunces no estaba lejos del Devil's Head (todas las tabernas locales estaban cerca unas de otras), así que Katniss solo tardó cinco minutos bajo el sol radiante en alcanzar su destino. Abrió la pesada puerta de madera y entró. Sus ojos tardaron un momento en adaptarse a la luz tenue y cargada de humo de la taberna. Pestañeó varias veces para aclarar la visión, y allí, no cabía duda, estaba Peeta, sentado frente a una mesa al otro lado del salón. Solo. Parte de la energía con la que había caminado desapareció, y observó la escena. Algo no iba bien.
La postura de Peeta era extraña. Estaba repantigado en una silla, algo que nunca hacía en público, sin importar lo cansado que estuviera, y su mano (que podía ver desde donde estaba parada) estaba contraída como una garra. Si sus uñas no hubieran estado cortadas, habría dejado marcas en la madera de la mesa. Había un vaso vacío frente a él. Avanzó con paso vacilante. ¿Había estado bebiendo? Era lo que parecía, aunque, de nuevo, no era propio de él. Ni siquiera era mediodía. El corazón de Katniss latió con menos fuerza... y luego se aceleró, mientras el aire a su alrededor se volvía pesado de temor. Había solo dos cosas que podían alterar tanto a Peeta. Dos cosas que podían hacerlo olvidar que había prometido volver a la habitación que compartían en el Devil's Head. O había recuperado la memoria...
O Thomas estaba muerto. Peeta no se había propuesto emborracharse.
Había salido de la oficina del coronel Stubbs hecho una furia, pero cuando había salido a la calle la ira había desaparecido y se había quedado... sin nada. Estaba vacío. Atontado. Thomas estaba muerto. Katniss era una mentirosa. Y él era un maldito tonto. Se quedó allí parado, inmóvil como una estatua, mirando sin ver el espacio frente al edificio en el que funcionaba el cuartel general de tantos destacados oficiales británicos. No sabía a dónde ir. No regresaría al Devil's Head; no estaba preparado para enfrentarse a ella.
¡Santo cielo! Ni siquiera quería pensar en ello en ese momento. Quizá... tal vez ella había tenido una buena razón para mentirle, pero él solo... solo...
Inspiró profundamente.
Había tenido tantas oportunidades de contarle la verdad, tantos momentos en los que podía haber roto el silencio pronunciando su nombre con dulzura. Ella podría haberle dicho que había mentido y podría haberle contado por qué, y, ¡maldición!, él la habría perdonado porque estaba tan enamorado de ella que habría arrancado la luna del cielo para hacerla feliz. Él había creído que ella era su esposa. Que él había jurado honrar y protegerla. En cambio, era un depravado de la peor calaña, un verdadero bribón. No importaba que hubiese creído que estaban casados: se había acostado con una mujer virgen y soltera. Y lo peor de todo, era la hermana de su mejor amigo. Ahora iba a tener que casarse con ella, por supuesto. Quizás ese había sido el plan de ella desde el principio. Excepto que se trataba de Katniss, y él pensaba que la conocía. Antes de conocerla personalmente había creído conocerla. Se pasó la mano por la frente; colocó los pulgares en los huecos de las sienes. Le dolía la cabeza. Apretó con fuerza para aliviar el dolor, pero no lo logró. Porque, cuando por fin pudo sacar a Katniss de su cabeza, solo quedó su hermano. Thomas estaba muerto, y no podía dejar de pensar en ello; en que nadie sabría nunca qué había ocurrido exactamente, cómo había muerto entre desconocidos, bajo sospecha de traición.
No podía dejar de pensar en que su amigo había recibido un disparo en el estómago. Era una muerte horrible..., lenta, increíblemente dolorosa.
Y no podía dejar de pensar en que tendría que mentirle a Katniss. Decirle que había sido algo menos espantoso. Algo rápido e indoloro. Heroico. No se le pasó por alto la ironía. Era su turno de mentirle a ella. Sin embargo, sabía que era su responsabilidad comunicarle la muerte de Thomas. No importaba lo enfadado que estuviera con ella... Y, la verdad sea dicha, no sabía cómo se sentía en ese momento: Thomas había sido su mejor amigo. Aunque Peeta jamás hubiese conocido a Katniss Everdeen, él habría viajado a Derbyshire con el solo propósito de depositar en sus manos el anillo de su hermano.
Pero aún no estaba preparado para verla. No estaba listo para ver otra cosa que no fuera el fondo de otro vaso de coñac. O de vino. O incluso solo de agua, siempre y cuando bebiera solo. Así que se dirigió a la taberna Fraunces, donde era menos probable ver a algún amigo que en el Devil's Head. No había mucho movimiento por la mañana. Un hombre podía sentarse de espaldas al salón y, si tenía suerte, no hablar durante horas. Cuando llegó, el tabernero lo miró y en silencio le puso una bebida. Peeta ni siquiera estaba seguro de qué le había servido. Algo casero, tal vez ilegal, sin duda fuerte. Bebió otro trago. Y permaneció allí sentado en un rincón durante toda la mañana. De vez en cuando alguien venía y reemplazaba su vaso. En algún momento una criada colocó una rebanada de pan crujiente frente a él, supuestamente para absorber el licor. Probó un trozo. Le cayó en el estómago como una piedra. Volvió a su bebida. Pero por más que lo intentara, no podía embriagarse hasta perder la razón. Ni siquiera podía olvidar. No importaba las veces que llenaran su vaso. Cerraba los ojos y parpadeaba pesadamente, pensando que esa vez todo se oscurecería, o al menos se volvería gris, y quizá Thomas seguiría estando muerto, pero al menos no estaría pensando en él. Katniss seguiría siendo una mentirosa, pero tampoco estaría pensando en eso. Sin embargo, no surtió efecto. No tuvo tanta suerte. Entonces llegó ella. Ni siquiera tuvo necesidad de levantar la mirada para saber que era ella cuando la puerta se abrió y una franja brillante de luz iluminó el salón. Lo sintió en el aire, con la certeza lúgubre y taciturna de que ese era el peor día de su vida. Y las cosas no iban a mejorar. Peeta levantó la mirada. Katniss estaba de pie junto a la puerta, lo bastante cerca de una ventana como para que el sol que se filtraba tocara su cabello como una aureola.
Por supuesto que parecía un ángel. Él había creído que ella era su ángel. Katniss no se movió durante varios segundos. Sabía que debía levantarse, pero pensó que el alcohol por fin le estaría haciendo efecto y no confiaba en su equilibrio. Ni en su criterio. Si se ponía de pie, podría ir hacia ella. Y si iba hacia ella, podría tomarla entre sus brazos. Después lo lamentaría. Más tarde, cuando pensara con más claridad, lo lamentaría. Ella dio un paso cauteloso hacia él, y luego otro. Él vio que los labios de ella formaban su nombre, pero no oyó nada. No sabía si era porque ella había murmurado o porque él no quería oír, pero pudo ver en sus ojos que ella sabía que algo iba mal. Peeta metió la mano en su bolsillo. —¿Qué ha sucedido? —Ella estaba más cerca. No le quedaba más remedio que oírla. Peeta sacó el anillo y lo puso en la mesa.
Los ojos de ella siguieron sus movimientos, y al principio no pareció entender su significado. Luego estiró una mano temblorosa y tomó el anillo entre sus dedos, acercándoselo al rostro para mirarlo más de cerca.
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Con todo mi corazon
Lãng mạnTodo el mundo sabía que Katniss Everdeen era hija ilegítima. Todos los criados lo sabían. Pero todos querían a Katy; la querían desde el momento en que llegó a Penwood Park a los tres añitos, un pequeño bultito dejado en la grada de la puerta princi...