Por favor, saluda de mi parte al teniente Mellark y dile que, si sus hermanos no le escriben tan a menudo como yo, será solo porque su vida es mucho más emocionante que la mía. Derbyshire es cualquier cosa menos divertido en esta época del año. Pero ¿qué estoy diciendo? Derbyshire es cualquier cosa menos divertido siempre. Entonces, es lo mejor que yo prefiera llevar una vida tranquila.
DE KATNISS EVERDEEN A SU HERMANO THOMAS.
A la mañana siguiente, Peeta se despertó muy poco a poco. No quería abandonar un sueño sumamente agradable. Estaba en una cama, algo de por sí curioso; estaba seguro de que no había dormido en una cama como la gente normal en varios meses. Y hacía calor. Agradable, no tan caluroso como durante esos agobiantes veranos de Nueva York. Era gracioso, pero parecía que no ocurría nada en su sueño; era solo la sensación. Parecía estar en una nube. Incluso su propio cuerpo parecía ansioso por disfrutar de las felices sensaciones. Se había despertado duro, como de costumbre, pero sin esa frustración de saber que nada cambiaría. Porque en su sueño estaba acurrucado sobre un trasero muy agradable, cálido y redondo, con una seductora y pequeña hendidura que lo recibía en un abrazo acogedor y femenino. Su mano se ahuecó para acariciar una de sus nalgas. Suspiró.
Era la perfección. Siempre le habían gustado las mujeres, las suaves curvas de sus cuerpos, el contraste entre su piel pálida y la de él. Nunca había sido un bribón ni tampoco promiscuo. Años atrás, su padre lo había llevado aparte y le había inculcado el temor a Dios y a la sífilis. Y si bien Peeta había frecuentado burdeles con sus amigos, nunca había probado sus placeres. Era mucho más seguro, y, en su opinión, también más placentero, relacionarse con una mujer conocida. Viudas discretas, en su mayor parte. Alguna que otra cantante de ópera.
Sin embargo, en las colonias americanas no abundaban las viudas discretas ni las cantantes de ópera, y hacía mucho tiempo que no se enredaba tan agradablemente entre un par de piernas femeninas. Le gustaba mucho la sensación de una mujer cálida junto a él. Debajo de él. Alrededor de él. La atrajo hacia sí, a la mujer perfecta de sus sueños, y entonces...
Se despertó. De verdad.¡Cielo santo! No era una mujer misteriosa e irreal la que tenía entre sus brazos; era Katniss, y su camisón se había subido durante la noche y mostraba su desnudo y atractivo trasero. Él tenía puesta casi toda su ropa, pues se había dormido dos veces vestido, pero su pene exigía espacio; no podía culparlo, apretado como estaba contra el trasero de Katniss. Sin duda, ningún hombre se había encontrado jamás en una situación tan exquisitamente frustrante. Ella era su esposa. Claro que tenía todo el derecho de abrazarla, darle la vuelta y empezar a besarla hasta volverla loca de deseo. Comenzaría con su boca, luego seguiría por su elegante cuello hasta el hueco de su clavícula. Desde allí se acortaría la distancia hasta sus senos, que él aún no había visto pero que estaba seguro tenían el tamaño perfecto y adecuado para sus manos. No estaba seguro de cómo lo sabía, salvo que todo lo demás respecto a ella había resultado perfecto, entonces, ¿por qué no eso? Además, tenía la sensación de que, en un momento de la noche anterior, había puesto su mano sobre uno de esos pechos. Su alma parecía recordarlo, aunque no su cabeza. Sin embargo, le había prometido que no se aprovecharía de la proximidad forzada.
Se había prometido a sí mismo que le daría una noche de bodas apropiada, y no algo improvisado y apresurado, con un marido sin fuerzas ni resistencia. Cuando le hiciera el amor, ella tendría todo el romance que se merecía. De modo que ahora debía resolver cómo despegarse de ella sin despertarla. Aun cuando cada fibra masculina de su ser se negaba. Algunas fibras estaban más en desacuerdo que otras.
Lo primero es lo primero, se dijo a sí mismo. Debía mover su mano. Dio un gruñido: no quería mover su mano. Pero en ese momento Katniss emitió un leve sonido como si fuera a despertarse, y eso pareció espabilarlo. Con un movimiento lento y cuidadoso, él retiró su mano y llevó la palma a su cadera. Ella murmuró algo en sueños, algo muy parecido a «tostadas» y luego lanzó un suspiro y se acomodó entre las almohadas. Desastre evitado. Peeta pudo respirar de nuevo. Ahora tenía que quitar el brazo de debajo de ella. No era tarea fácil, ya que ella parecía estar usando la mano de él como una especie de juguete, y la apretaba contra su mejilla como si fuera una manta o su muñeca favorita. Peeta dio un pequeño tirón. Ella no se movió. Tiró con un poco más de fuerza, pero se quedó inmóvil cuando ella lanzó un gruñido irritado y soñoliento, y se aferró más a su mano.
Un gruñido irritado y soñoliento. ¿Existía eso?Muy bien, se dijo a sí mismo, era hora de hacer las cosas en serio. Con un incómodo movimiento de su cuerpo apretó el colchón con su brazo, formando un hueco lo bastante grande como para deslizar el brazo por debajo de ella sin molestarla. ¡Al fin libre! Peeta comenzó a retroceder, centímetro a centímetro... No, mejor dicho, no pasó de los primeros cinco centímetros. Parecía que no había sido él quien había invadido la cama durante la noche, sino Katniss. Y parecía que ella no hacía las cosas a medias, ya que él prácticamente colgaba de la cama. No le quedaba otro remedio: tendría que levantarse y comenzar el día. ¿El día? Miró por la ventana. Más bien el amanecer. No le sorprendía, supuso, ya que se habían ido a dormir muy temprano la noche anterior. Mirando a Katniss una última vez para asegurarse de que dormía profundamente, Peeta bajó las piernas por un lado de la cama y se levantó. No se sintió tan débil como el día anterior. Era lógico. Aunque solo había cenado caldo, pudo tomar un almuerzo apropiado cuando llegaronal Devil's Head. Era sorprendente lo mucho que podía beneficiar a un hombre un trozo de carne y unas patatas. También se sentía mejor de la cabeza, aunque una voz interior le advertía de que no hiciera movimientos repentinos ni bruscos. Claro que el viaje de dieciséis kilómetros a Haarlem estaba descartado, pero al menos Katniss estaba de acuerdo en eso. Sinceramente, no creía que tuvieran novedades de Thomas en el puesto del norte; sin embargo, la acompañaría hasta allí en cuanto pudiera. Mientras tanto, continuarían ahí la investigación. No descansaría hasta saber qué le había ocurrido a Thomas. Peeta se lo debía a su amigo. Y ahora también a Katniss. Moviéndose con lentitud, cruzó la corta distancia hasta la ventana y corrió las cortinas unos centímetros. El sol salía en el Nuevo Mundo y pintaba el cielo con gruesas pinceladas anaranjadas y rosadas. Pensó en su familia en Inglaterra. Ya habrían comenzado su día. ¿Estarían tomando el almuerzo? ¿El clima sería lo bastante cálido como para cabalgar por las extensas tierras de Crake House? ¿O la primavera aún persistiría en Inglaterra e impregnaría el aire de frío y viento?Echaba de menos su hogar, los vastos prados de césped y setos, la fría neblina de la mañana. Echaba de menos los rosales de su madre, aunque nunca le había gustado su empalagoso aroma. ¿Había echado de menos su hogar antes? No lo creía, aunque, quizás, ese sentimiento había crecido en él durante los meses transcurridos desde que había perdido la memoria. O, tal vez, era algo nuevo. Ahora tenía una esposa, y Dios mediante, pronto vendrían los hijos. Nunca había pensado tener una familia ahí, en las colonias. Siempre se había imaginado en Kent, establecido en una casa propia, no demasiado lejos del resto de los Mellark.Pero en esas fantasías nunca había pensado en una mujer en particular. No había cortejado a nadie seriamente, aunque todo el mundo parecía creer que, tarde o temprano, se casaría con su vecina, Billie. Nunca se había molestado en rechazar esa idea, ni tampoco Billie, pero ambos serían un desastre como marido y mujer. Eran casi hermanos como para pensar siquiera en casarse. Se rio entre dientes al pensar en ella. Eran salvajes de niños, él y Billie, junto a su hermano Andrew y su hermana Mary. Era un milagro que hubiesen llegado a la adultez en buen estado de salud. Él se había dislocado un hombro y le habían roto un diente de leche antes de cumplir ocho años. Peeta siempre se estaba metiendo en un lío u otro. La única que había salido inmune alas constantes lesiones era Mary, aunque eso se debía, probablemente, no tanto a la casualidad como a su mayor sensatez. Y, por supuesto, George. George nunca había puesto a prueba la paciencia de su madre con fracturas y hematomas. Sin embargo, él era varios años mayor que los demás. Había tenido cosas mucho más importantes que hacer en lugar de corretear con sus hermanos menores.
¿A Katniss le caería bien su familia? Pensaba que sí, y sabía que ella les caería bien a ellos. Esperaba que no echara de menos Derbyshire, aunque, de todos modos, no parecía tener mucho que la atara a ese lugar. Thomas no expresaba gran afecto por su pueblo; a Peeta no le hubiera sorprendido que su amigo decidiera quedarse en el ejército y arrendara Marswell ahora que era el propietario. Claro que, primero, tenían que encontrarlo. En su fuero interno, Peeta no era optimista. Ponía buena cara frente a Katniss, pero había muchas cosas en la desaparición de Thomas que no presagiaban un buen final. Sin embargo, su propia historia estaba repleta de hechos inverosímiles y extraños: pérdida de memoria, una nueva esposa. ¿Quién podía saber si Thomas no tendría la misma suerte?Las cálidas tonalidades del cielo comenzaban a disiparse y Peeta soltó la cortina. Debía vestirse o, mejor dicho, volver a vestirse, antes de que Katniss se despertara. Lo más probable es que no se molestara en buscar otro par de pantalones, pero sí una camisa limpia. Habían puesto su baúl cerca del armario, de modo que cruzó la habitación en silencio y lo abrió, contento de ver que sus pertenencias parecían intactas. Había traído en su mayor parte ropa y utensilios, pero también algunos artículos personales. Un delgado volumen de poesía que siempre le había gustado, un gracioso conejito de madera que él y Andrew habían tallado cuando eran pequeños. Sonrió, y de pronto quiso volver a ver al conejito. Cada uno había decidido tallar la mitad, y el resultado había sido el roedor más deforme y retorcido que pudiera existir. Billie había dicho que si los conejos se hubieran parecido a ese, habrían sido depredadores, porque el resto de animales se habrían desmayado del susto.
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Con todo mi corazon
RomanceTodo el mundo sabía que Katniss Everdeen era hija ilegítima. Todos los criados lo sabían. Pero todos querían a Katy; la querían desde el momento en que llegó a Penwood Park a los tres añitos, un pequeño bultito dejado en la grada de la puerta princi...