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Al final resultó que las tostadas con queso fundido no lo arreglaban todo.

Katniss lo supo en ese momento porque su madre, en una rara ocasión en la que permitió un antojo por encima de lo apropiado, pidió que las sirvieran junto a la sopa, de modo que todos las comían alegremente mientras comentaban la sorpresa tan maravillosa y reconfortante que era comer tostadas con queso fundido durante la cena y por qué no las servían siempre. Debería haber sido estupendo. Lo habría sido, de no ser porque... Katniss miró de reojo hacia la derecha. La estaba mirando de nuevo.
No estaba segura de qué era más molesto: que Peeta  Mellark la mirara con cara rara o qué ella se diera cuenta de que él la miraba con cara rara. ¡Porque se trataba de Peeta! ¡Mellark!Si había algún caballero con quien no debería sentirse incómoda y fuera de lugar, era él. Pero seguía mirándola de reojo, y aunque su experiencia con los hombres era limitada, sabía perfectamente que no eran miradas de reojo de admiración. Freddie Oakes la había mirado de esa forma muchas veces. Eran miradas falsas, pero lo había hecho de todas formas. Sin embargo, Peeta... la miraba de otra forma. Casi como si la estuviera evaluando. Inspeccionándola.
Le resultó muy desconcertante.
—¿Te gusta la sopa? —le preguntó de repente.
—¿Cómo? —La sopa —repitió ella, que intentó parecer dulce y agradable, pero que, a tenor de su mirada, no lo había conseguido—. ¿Cómo está?—Esto... —Peeta bajó la mirada a su cuenco con expresión perpleja. Katniss supuso que no podía culparlo, ya que su pregunta había parecido más una orden mascullada que otra cosa.

—Está buenísima —contestó él a la postre—. ¿Te...? ¿Te gusta? —Le preguntó elevando la voz más de la cuenta en la última palabra, como si quisiera enfatizar que era una pregunta. Katniss se imaginaba lo que estaba pensando: «¿Debería hablar con ella? ¿Se ha vuelto un poco loca? ».Se preguntó qué haría él si le enseñaba los dientes.¿Estaba al tanto de su caída en desgracia? Seguro que sí; le resultaba imposible imaginar que sus padres no se lo hubieran dicho. Lord y lady Mellark debían de saberlo; le resultaba imposible imaginar que sus padres no se lo hubieran dicho. De manera que lo sabía. Tenía que saberlo. Y la estaba juzgando. ¿Así había acabado su vida? ¿Siendo juzgada por Peeta Mellark? ¡Maldición! Eso la enfurecía. —Katniss, ¿estás bien? Alzó la vista. Violet la miraba desde el otro lado de la mesa con una expresión un tanto alarmada.

—Estoy bien —le aseguró Katniss con voz cortante—. Estupendamente.
—Bueno, sabemos que eso no es cierto —terció Edmund. Violet le dio un codazo. Con fuerza.
—¿Qué pasa? —gruñó Edmund—. Es mi hermana.—Lo que significa que deberías pensar más en sus sentimientos —masculló Violet.

—Estoy bien —repitió Katniss.

—Estupendo —dijo lord Everdeen, que obviamente no había oído la primera parte de la conversación, antes de añadir dirigiéndose a su esposa—: La sopa está buenísima, querida. —¿Verdad que sí? —replicó lady Everdeen, encantada—. La cocinera me ha dicho que es una nueva receta.

—Es por las tostadas de queso fundido —adujo Edmund, todavía masticando—. Hace que la sopa sepa mejor.

—Ni se te ocurra decirle eso a la cocinera —le advirtió su madre—. Y las tostadas con queso fundido fueron idea de Katniss.
—Bien hecho —repuso Edmund, que le guiñó el ojo. —Para ser sincera, quería comérmelas en la habitación infantil con tus hijos —le dijo.
—Pues lo normal, si es una alegría pasar un rato con esas fierecillas.
—Para —dijo Violet—. Son perfectos.
—Tiene muy poca memoria —murmuró Edmund.
—Se parecen a ti —le dijo lord Everdeen a su hijo—. No te mereces otra cosa.
—¿Tener un hijo que se parezca a mí? Lo sé, llevas años diciéndolo.
—Son unas fierecillas preciosas y perfectas —repuso Violet. Mientras la conversación tomaba unos derroteros tan entrañables como vomitivos, Katniss se volvió hacia Peeta. En ese momento no la estaba mirando ni fingía que no la miraba. Aunque parecía un poco... En fin, raro.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó. Porque tal vez el problema no lo tuviera ella. Tal vez Peeta estuviera enfermo. Él hizo una mueca de dolor. O quizá no fuera una mueca de dolor, porque no gimió. Pero sí que hizo un mohín con los labios como si fuese a sonreír pero sin llegar a hacerlo.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora