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No iba a ser tan estupendo.

La boda fue preciosa.
El banquete de bodas, maravilloso. Sin embargo, el viaje hacia el norte...
Nadie iba a salir vivo de aquello a menos que hicieran algo con Cabeza de Gato. Las otras dos gatas no daban problemas. Judyth se había acurrucado en su cesta como cualquier gato y se había echado a dormir sin más. Blanca sintió la necesidad de demostrar su desprecio por todos los humanos, así que se pasó unos minutos incordiando y bufando antes de acomodarse en el rincón más lejano del asiento acolchado del carruaje.
Sin embargo, Katniss sabía cómo lidiar con una Blanca furiosa. Aunque se enfadase y bufara, la podía sobornar con uno o dos trocitos de queso.
Cabeza de Gato, en cambio...
Cabeza de Gato gruñía. Cabeza de Gato maullaba. Cabeza de Gato hacía ruidos que Katniss no creía que se oyeran fuera del purgatorio o del infierno.
Y aunque habría sido capaz de soportar semejante tortura ella sola, el grupo que viajaba estaba conformado por quince personas, y no estaba segura de cuánto tiempo podrían soportarlo los demás. ¡MIAUUU! Katniss miró, nerviosa, a Peeta, que iba sentado frente a ella. Estaba consiguiendo de forma admirable disimular todos los sobresaltos. Mucho mejor que... ¡MIAUUU!
Marian, su fiel doncella, parecía haber desarrollado un tic nervioso en la mejilla izquierda. ¡MIAUUU!

—Cabeza de Gato, cállate —dijo Katniss, dándole una palmadita en la cabeza. No sabía porqué pensaba que eso cambiaría las cosas.
Ni que hubiera servido de algo las ciento sesenta y tres veces que se lo había dicho antes. ¡MIAUUU!
—¿Cuánto hace que salimos? —preguntó Marian. Katniss intentó contestarle con un tono alegre.—No llevo reloj.
—Yo sí —dijo Peeta sin levantar la vista de su semanario de Medicina—. Han pasado tres horas.
—¿Tanto tiempo? —preguntó Katniss con un hilo de voz. ¡MIAUUU!
El tic nervioso de Marian se le trasladó al ojo. Katniss miró a Peeta de forma adusta, abrió los ojos de par en par y levantó la barbilla, el tipo de mirada que quería decir:  «¡Haz algo!».
Él le devolvió el gesto abriendo los ojos de par en par, pero en vez de levantar la barbilla, ladeó la cabeza, como si dijera: «¿El qué?». Katniss levantó la barbilla. Peeta ladeó la cabeza. Ambos abrieron los ojos de par en par.
—¿Pasa algo? —preguntó Marian. ¡MIAUUU!
—Además de eso —murmuró.
—Peeta —dijo Katniss con retintín—, a lo mejor a Marian le gustaría beber un sorbo de whisky.
Él parpadeó y después la miró con una expresión que estaba segura de que significaba: «¿Cómo iba a deducir que eso era lo que querías decirme abriendo tanto los ojos y levantando la barbilla?».

—Esto, señorita...
¡MIAUUU!

—Señorita Katniss —dijo Marian con voz ronca—. No sé cuánto más voy a poder...
—¿Whisky? —le preguntó Peeta, que le plantó la petaca en la cara.
Marian asintió con la cabeza, agradecida, y bebió un sorbo. ¡MIAUUU!—Katniss —dijo Peeta—, ¿se puede hacer algo?Seguramente se merecía su admiración por haber aguantado tanto tiempo antes de decir algo, pero tres horas de constantes maullidos le habían dejado los nervios destrozados.

—Si lo hubiera —dijo, irritada—, ¿no crees que ya lo habría hecho?¡MIAUUU! Marian apuró la petaca. —¿Va a estar así todo el viaje hasta Edimburgo? —quiso saber Peeta.

—¡Que Dios nos ayude! —murmuró Marian.
—No lo sé —admitió Katniss, que apartó por fin los ojos de su doncella, a la que nunca había visto beber más de un vasito de jerez—. Nunca había viajado antes en carruaje. Las otras dos parecen bastante conformes.
—¿Estás segura? —preguntó Peeta—. Aquella parece que está planeando matarte. Katniss miró a Blanca. Había estado callada durante la mayor parte del viaje, y pensaba que se había resignado a la situación, pero en algún momento de las últimas horas el sol había cambiado de posición lo justo como para iluminar el rincón donde estaba acurrucada. Bajo la luz del sol quedaba claro que la tranquilidad de Blanca era más bien la postura tensa del animal traicionado que estaba pensando: «No me puedo creer que me estés haciendo esto». Katniss le ofreció en silencio a Blanca un trozo de queso.¡MIAUUU! —A lo mejor a ese también le apetece un poco de queso —sugirió Peeta. Katniss se encogió de hombros. A esas alturas estaba dispuesta a probar cualquier cosa.—¿Cabeza de Gato? —dijo dulcemente, enseñándole el apetitoso trocito de queso. Cabeza deGato devoró el manjar y todos respiraron aliviados. No se lo comió precisamente en silencio;empezó a chasquear la lengua y a resoplar mientras meneaba los bigotes, pero eso era mejorque...¡MIAUUU!—¿Puede darle más queso? —le suplicó Marian. —Es posible que tenga más whisky —dijo Peeta. —No le vamos a dar whisky a mi gato —sentenció Katniss.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora