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Peeta no estaba seguro de qué demonio lo había convencido de llevar a Katniss a cubierta. Quizá se debía, simplemente, a que no se le ocurría ninguna razón convincente para no hacerlo.
El mar estaba en calma. Habían salido las estrellas. La mayor parte de la tripulación estaba abajo. Cuando fue a cenar al camarote y la vio sentada junto a la ventana, de algún modo supo que había estado en el mismo sitio durante horas, observando el mar y el cielo, sin poder sentirse parte de ninguno de los dos. Parecía un crimen. Cuando estiró su mano y ella la tomó en la suya...
Fue una bendición.
Ahora, de pie en la punta del barco, mientras el viento mezclaba sal y espuma en sus cabellos, se sintió recuperado.
Se sentía nuevo.
El mundo giraba eternamente sobre su eje; eso era algo que entendía. Entonces, ¿por qué parecía que acababa de girar más? Como si la rotación fuese mayor, o como si girara en dirección opuesta.
El aire salado era más vigorizante, las estrellas misteriosamente brillantes en su lienzo de tinta.
Y el contacto con ella...
La ligera curva de su cadera, el calor suave y radiante de su cuerpo...
Era como si nunca hubiese tocado a una mujer.
Era extraña la satisfacción que sentía con solo mirar su rostro. Katniss observaba el firmamento, y él la miraba, y todo era perfecto. No. Perfecto no. «Perfecto» significaba «completo». Perfecto suponía que estaba acabado. Esto no era perfecto. Él no quería que lo fuera. Y, sin embargo, se sentía maravillosamente bien. «A usted», había dicho ella cuando él había preguntado qué sentía.
Los dedos de él se deslizaron hacia delante, poco más de dos centímetros, lo suficiente para que, en lugar de sujetarla, hubiera algo más parecido a un abrazo. Lo suficiente para atraerla hacia él, si se atrevía.
«A usted», había dicho ella. Él quería más.
«A usted».
No era un hombre romántico, o al menos no creía serlo. Pero el momento se había convertido en un poema; el viento susurraba los versos mientras el mar subía y bajaba en misterioso ritmo.
Y si el mundo bajo sus pies se había convertido en un soneto, entonces ella era algo sublime. ¿Se había convertido en su musa? Seguramente no. Katniss  Everdeen era fastidiosa, exasperante y demasiado inteligente para su tranquilidad. Era una incomodidad en vuelta en un inminente desastre, sin embargo, cuando pensaba en ella... todo el tiempo, ¡maldita sea! él sonreía.
A veces con una amplia sonrisa. Se decía a sí mismo que ella era una espina clavada en su costado, peor que eso: el equivalente a una puñalada, pero era difícil mantener sus propias mentiras cuando lo único que deseaba al final del día era sentarse a cenar con una copa de vino y pensar cómo podía provocar que ella coqueteara con él. Quizás esa había sido la razón por la que la había subido a cubierta.
Solo quería verla sonreír.
Y en ese sentido, en esa misión...
El éxito había sido absoluto. Ella no había dejado de sonreír desde el instante que él la guio fuera del camarote. Había sonreído tanto y tan bien que podría haber sido una carcajada. La había hecho feliz, y por eso él era feliz. Y eso debió de haberlo aterrorizado. —¿Cuántas estrellas cree que hay? —preguntó ella. Él la miró. Había abierto los ojos y ahora miraba al firmamento con tanta intensidad que, por un breve instante, él pensó que iba a contarlas.
—¿Un millón? —respondió él—. ¿Un billón? Sin duda más de las que nuestros ojos pueden ver. Katniss hizo un leve sonido, algo parecido a un murmullo, si un murmullo pudiera mezclarse con un suspiro y luego colorearse con una sonrisa.

—Es tan gigantesco...
—¿El cielo?
Ella asintió.
—¿Cómo puede algo ser tan indescifrable? Ni siquiera puedo descifrar lo indescifrable que es.
—¿No es esa la definición de la palabra? Ella le dio un pequeño puntapié con el talón.

—No sea aguafiestas.
—Usted habría dicho lo mismo, y lo sabe.
—No aquí —respondió ella con voz casi ensoñadora—. Y no ahora. Todo mi sarcasmo está en suspenso. Él no lo creyó ni por un segundo.

—No me diga.
Ella suspiró.
—Sé que no puede ser siempre así de bello y maravilloso en cubierta, pero ¿podría mentirme, solo por esta vez, y decirme que es así?
Él no pudo resistirse.
—¿Qué le hace pensar que no le he mentido antes?Ella lo empujó con el codo.—Siempre es así de bello y maravilloso en cubierta —repitió como un loro—. El mar nunca es turbulento, y el firmamento siempre está despejado.
—¿Y sus hombres siempre se comportan con propiedad y discreción?
—Por supuesto.
—Apretó un poco más las caderas de ella, girando un poco hacia la izquierda—. ¿Ve eso? —preguntó, haciendo un gesto hacia un agujero que había en el suelo frente a ellos.
—¿Si veo el qué? —Ella giró la cabeza para mirarlo, y él repitió el gesto, esta vez asegurándose de que ella seguía su mirada.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora