¿De qué diablos estás hablando? Tu nariz no es enorme. DE THOMAS EVERDEEN A SU HERMANA KATNISS.
Peeta había dicho que necesitaba diez minutos, pero Katniss esperó más de veinticinco antes de arriesgarse a volver a la habitación doce. Había pensado quedarse abajo durante media hora, pero luego había empezado a pensar... que él aún estaba muy débil. ¿Y si le costaba un gran esfuerzo salir de la bañera? El agua ya estaría fría. Podría resfriarse. Él necesitaba privacidad, y ella quería dársela, pero no a costa de su salud. Aunque durante sus cuidados en el hospital ella lo había visto con muy poca ropa, nunca había sido completamente desnudo. Había aprendido a ser muy creativa con las sábanas. Las había doblado de una manera u otra, y siempre había conseguido preservar la dignidad de él.
Y la modestia de ella.
Toda la ciudad de Nueva York podía considerarla una mujer casada, pero ella seguía siendo inocente, aunque un solo beso del capitán Peeta Mellark la había dejado sin aliento. ¿Sin aliento?
Sin cerebro. Que un hombre tuviera los ojos de ese color debería considerarse ilegal. Entre aguamarina y zafiro, tenían el poder de hipnotizar a cualquier mujer. Y sí, ella tenía los ojos cerrados cuando élla besó, pero eso no importaba porque en lo único que pensaba era en ese último instante antes de que los labios de él tocaran los suyos, cuando pensó que podría zambullirse en el azul profundo de su mirada.
A Katniss siempre le habían gustado sus ojos, y se enorgullecía de su color gris, que la hacía diferente al resto del mundo. Pero Peeta...
Era un hombre muy apuesto, no cabía duda. Pero también era cierto que él podía estar muriéndose de frío, pensó. O más bien, congelarse de frío, y Dios sabía que eso podía matarlo. Se dirigió a la escalera. —¿Peeta? —llamó, tras llamar a la puerta con delicadeza. Después se preguntó por qué andaba con tanto sigilo. Llamó con más fuerza. —¿Peeta? No hubo respuesta. Sintió un escalofrío recorrerle el brazo; tomó el picaporte y abrió la puerta. Repitió su nombre al abrir y entró, mirando hacia otro lado. Como él no respondió, se volvió hacia la bañera.—¡Te has dormido! —Las palabras salieron de su boca antes de pensar que no debería despertarlo tan repentinamente.
—¡Dios! —Peeta se despertó con un grito y chapoteando; el agua salpicó la habitación mientras Katniss corría de un lado a otro de la habitación sin ton ni son. Pero no podía quedarse allí, de pie frente a él. Estaba desnudo.
—Dijiste que no te dormirías —lo acusó, de espaldas a la bañera.—No, lo dijiste tú —replicó él. Tenía razón, ¡maldita sea! —Bueno —declaró ella, con ese tono que sugería que no tenía ni idea de cómo actuar—,supongo que el agua ya se ha enfriado. Hubo un silencio, y luego: —Puede soportarse. Ella se sostuvo en un pie y luego en el otro, hasta que se dio por vencida y cruzó los brazos con fuerza sobre su pecho. No estaba enfadada; más bien, no sabía qué hacer con su cuerpo.
—No querría que te resfriaras —dijo, mirándose los pies.
—No. ¿No? ¿Era lo único que iba a decir? ¿No?
—Eh, Katniss.
Ella respondió con un murmullo. —¿Crees que podrías cerrar la puerta?
—¡Dios mío, perdón! —Volvió a correr hacia la puerta (una tarea no muy difícil, pues la habitación era pequeña) y dio un portazo con bastante más fuerza de la necesaria.
—¿Aún sigues ahí? —preguntó Peeta. Katniss se dio cuenta tarde de que él no podía verla. Estaba casi de espaldas a la puerta, y la bañera era demasiado pequeña como para darse la vuelta con comodidad.—Ehhh, ¿sí? —Se oyó como una pregunta. No supo por qué. Hubo una breve pausa, durante la cual él pensaba quizá cómo responder a una respuesta tan ridícula. Sin embargo, se limitó a decir:
—¿Podrías pasarme la toalla?
—Ah. Sí. Por supuesto.
—Meticulosamente de espaldas a la bañera, se acercó a la cama y tomó la toalla. Desde allí solo tuvo que estirar el brazo hacia atrás para alcanzársela.
Él la tomó y dijo: —No digo esto para atormentarte...
Eso significaba que iba a atormentarse.
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Con todo mi corazon
RomanceTodo el mundo sabía que Katniss Everdeen era hija ilegítima. Todos los criados lo sabían. Pero todos querían a Katy; la querían desde el momento en que llegó a Penwood Park a los tres añitos, un pequeño bultito dejado en la grada de la puerta princi...