Capitulo 22

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Qué agitación y prisas en Bruton Street. El viernes por la mañana vieron salir corriendo de su casa a la vizcondesa Mellark viuda acompañada por su hijo Peeta. El señor Mellark prácticamente arrojó a su madre dentro de un coche, y al instante partieron como alma que lleva el diablo. Francesca y Primrose se quedaron en la puerta, y esta cronista ha sabido de muy buena tinta que se oyó exclamar a Francesca una palabra muy impropia de una dama. Pero la casa Mellark no es la única en que se ha visto semejante agitación. También ha habido muchísima actividad en la casa de las Penwood, la que culminó en una pelea en público, en la escalinata de entrada de la casa, entre la condesa y su hija, la señorita Posy Reiling. Puesto que esta cronista nunca le ha tenido simpatía a lady Penwood, sólo puede exclamar: «¡Hurra por Posy!

»Ecos de Sociedad de Lady Whistledown, 16 de junio de 1817.

Hacía frío, un frío tremendo. Y se oía un desagradable ruido de furtivos correteos por los rincones, correteos que no dejaban ninguna duda de que eran de animalillos de cuatro patas. O incluso peor, de animales de cuatro patas. O, para ser más exactos, de versiones grandes de animalillos de cuatro patas.Ratas.
-Ay Dios -gimió Katniss.
No tenía por costumbre pronunciar el nombre del Señor en vano, pero ése le pareció tan buen momento como cualquiera para empezar. Tal vez él la oiría, y tal vez él castigaría a las ratas. Sí, eso iría muy bien: un buen golpe con un rayo. Un rayo grande, de proporciones bíblicas.
El rayo golpearía la tierra, se extendería como tentáculos eléctricos alrededor del globo y achicharraría a todas las ratas. Era un sueño bonito para tener ahí, junto con aquel en que se encontraba viviendo feliz para siempre como la señora de Peeta Mellark. Hizo una rápida inspiración al sentir atravesado el corazón por una repentina punzada de dolor. De los dos sueños, temía que el que tenía más probabilidades de hacerse realidad era el del raticidio. Estaba sola. Absoluta y verdaderamente sola. No entendía por qué eso le dolía tanto, porque, la verdad, siempre había estado sola. Desde que su abuela la depositara en la escalinata de la entrada principal de Penwood Park no había tenido jamás a nadie que la defendiera, a ninguna persona que pusiera los intereses de ella por encima, o siquiera al mismo nivel, de los propios. Le gruñó el estómago, recordándole que podía añadir hambre a su creciente lista de desgracias. Y sed. No le habían llevado ni siquiera un sorbo de agua para beber. Empezaba a tener fantasías muy raras con el té. Hizo una larga y lenta espiración, procurando no olvidar que debía inspirar por la boca después.
La hediondez era espantosa, abrumadora.
Le habían dado un tosco orinal para que aliviara sus necesidades corporales, pero hasta el momento había tratado de usarlo con la menor frecuencia posible. Habían vaciado el orinal antes de arrojarlo dentro de su celda, pero no lo habían limpiado, y cuando lo cogió notó que estaba mojado, lo cual la impulsó a soltarlo inmediatamente, con todo el cuerpo estremecido de repugnancia. Claro que había vaciado muchos orinales en su vida, pero las personas para las que trabajaba por lo general se las arreglaban para acertar dentro, por así decirlo. Por no decir que siempre había podido lavarse las manos después. Y allí, además del frío y el hambre, no podía ni sentirse limpia en su piel. Era una sensación horrible.

-Tienes una visita.
Katy se puso de pie de un salto al oír la voz bronca y hostil del alcaide. ¿Podría ser que Peeta hubiera descubierto dónde estaba? ¿Podría ser que hubiera deseado acudir en su ayuda? ¿Habría...?

-Bueno, bueno, bueno.
Era Araminta. Se le cayó el corazón al suelo.
-Katniss Everdeen -cacareó Araminta, acercándose a la celda y cubriéndose la nariz con un pañuelo como si Katy fuera la causa del hedor-. Nunca me habría imaginado que fueras a tener la audacia de enseñar tu cara en Londres. Katy cerró firmemente la boca para obligarse a no hablar. Araminta quería enfurecerla con burlas, y de ninguna manera le daría esa satisfacción.

-Las cosas no van bien para ti, me temo -continuó Araminta, sacudiendo la cabeza en fingida compasión. Se acercó otro poco y susurró-. El magistrado no siente mucha simpatía por los ladrones. Katy se cruzó de brazos y se puso a mirar fijamente la pared.
Si miraba a Araminta, aunque sólo fuera fugazmente, no sería capaz de resistirse a abalanzarse sobre ella y seguro que los barrotes de la celda le lastimarían gravemente la cara. -Ya le pareció mal el robo de las pinzas de los zapatos -continuó Araminta, dándose golpecitos en el mentón con el índice-, pero se puso muy furioso cuando le informé del robo de mi anillo de bodas.

Con todo mi corazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora