—Vete a casa, señorito héroe. Este no es lugar para un niño—dice el monje con desinterés.
—¡Pero solo quiero ver qué hay arriba—replico sin dejar de insistir.
Uno de los dos que custodian el camino hacia la salida de El Abismo bufa, claramente irritado por no lograr deshacerse de mí. Él camina hacia donde me encuentro y coloca un dedo en mi frente.
—Escucha, niño, afuera de este podrido agujero no hay nada. Cero, la muerte te espera allá. Ahora sé un buen príncipe y ve a jugar al palacio—repite por milésima vez.
Ambos monjes se burlan y ríen por mi expresión de frustración. Tan solo quiero comprobar si lo que decía el señor Virion es cierto. La gente lo tachó de loco incluso después de todas sus hazañas. Murió como un méndigo, en la ruina y con solo un joven príncipe para acompañarlo hasta su último aliento.
Desde ese día siempre quise ver lo que había en el exterior. Es por eso qué, incluso si es la nada misma lo que se encuentra afuera de El Abismo, disfrutaré junto a la memoria del señor Virion que vimos con nuestros propios ojos a la muerte misma.
Agacho la cabeza, esperando el momento en el que los monjes estén distraídos. Una vez que los veo bajar la guardia, corro para lanzarme y taclearlos. La estrategia funciona, los tres estamos derribados en el suelo en poco tiempo. Me levanto a cómo puedo y corro por el largo camino oscuro que se extiende frente a mí.
—¡Hey! ¡Mocoso, detente ahí! ¡Nos matarás a todos!
—¡Mierda! ¡Llama a Amcottes!
Ignoro sus gritos para adentrarme en la oscuridad, con solo una antorcha para iluminarme. Corro sin dejarme vencer por el cansancio. No puedo calcular el tiempo que he estado moviéndome, pero estoy seguro que ha pasado un largo rato desde que dejé a los monjes atrás.
Y entonces veo algo que me hace abrir los ojos con esperanza. La oscuridad comienza a disminuir conforme más avanzo. Es como si hubiera una Selene más adelante. Puede que después de todo sí hay algo más allá de El Abismo.
—GUUUMP.
Freno mis pasos cuando escucho un sonido extraño. Sonó como el murmullo de una bestia colosal. Con mis manos temblorosas desenvaino el Silencio Hueco, la espada heroica a la que el señor Virion bautizó así. Es un nombre un poco ridículo, pero le hacía feliz ponerle nombres exagerados a las cosas.
Sostengo la espada con ambas manos sin dejar de caminar, esta vez a un paso mucho más lento.
—GUUUMP.
El murmullo vuelve a escucharse. Levanto mi vista con lentitud y entonces veo a dos criaturas de un tamaño inmenso. Noto que su piel es rocosa, similar a las paredes de El Abismo. Todo este tiempo estuve escuchando esos ruidos sin saber que no eran paredes, eran golems de roca gigantes.
Trago saliva y me echo a correr hacia atrás.
—¡GUUUUUUMP!
Su sonido en esta ocasión es mucho más intenso, tanto que hace cimbrar la tierra. Escapo en dirección contraria, volviendo a la oscuridad de El Abismo. Los golems me persiguen con fiereza. No importa que tan rápido escape, diez pasos míos son solo uno para ellos. Cierro mis ojos sin dejar de mover mis piernas lo más rápido que puedo. No voy a lograrlo, voy a morir aquí.
—No se detenga, majestad, continúe sin mirar atrás—la voz fría del cardenal Amcottes suena frente a mí.
Abro los ojos solo para estamparme de lleno con él. Con velocidad me levanta e indica que siga corriendo.
ESTÁS LEYENDO
Que se jodan los arcoíris ©
FantasyLa vida apesta, en especial para Jean, una chica gótica que ha reencarnado en un unicornio dentro de un mundo de fantasía luego de morir en su oscura vida anterior. Rechazando su nueva naturaleza, Jean se opone a los colores y decide tomar el contro...