Todo es un caos. Los monjes corren de un lado a otro, intentando mantener el orden y coordinar correctamente los protocolos a seguir en esta situación. Me confíe de más y fui estúpida. Aprieto mis puños con fuerza y golpeo uno de los muebles de la iglesia, rompiéndolo al instante.
Necesito desquitar mi furia en algo, estoy irritada, cansada y estresada de tanta mierda y basura por la que preocuparme. Respiro de forma entrecortada, tratando de modular mi ritmo cardiaco. Todo estará bien, siempre lo ha estado. Siempre me salgo con la mía, y este mundo no será la excepción.
Majorie ha escapado, ¿y qué? No cambia nada de la situación de El Abismo. Los administradores son más que suficientes para ocuparse de ella y su patético trasero blanco.
Me doy la vuelta y camino por los pasillos de la iglesia, evitando a los monjes que corren como imbéciles. Uno de ellos me ve y se acerca a mí con miedo y nerviosismo.
—Señorita Bridget, creo que el plan de contención falló porque el equipo Bravo no coordinó bien su entrada—dice mostrándome la pantalla con las grabaciones de todo lo ocurrido.
No puedo evitar soltar una sonrisa. Por alguna razón, este tarado cree que echándole la culpa a otros va a salvarse de ser despellejado vivo. Lo cierto es que, aunque muy reemplazables, no pienso ejecutar a ninguno de los monjes.
Sí, hace unos momentos estaba hirviendo de ira, pero ya me siento mucho mejor. Solo de imaginar cómo me voy a divertir es suficiente para poder relajarme.
—No te preocupes, no hubo fallas en primer lugar—respondo sin dejar de mirar al frente.
—¿A qué se refiere, señorita?
—Que el Dragón Blanco haya escapado no representa ningún problema para la iglesia. Al contrario, no hace más que beneficiarnos. Podemos ejecutarla con solo ordenarlo—añado sin más detalles.
Claro, el mejor escenario era poder contener a Majorie en los calabozos de la iglesia hasta que llegara Amcottes, pero incluso con ella suelta, la iglesia no ha perdido ni la batalla ni la guerra.
—Ahora, ¿por qué no vas a comenzar la producción de carteles? Vamos a necesitarlos—ordeno en un intento de no ser molestada.
—¡A la orden, señorita Bridget!
El monje se larga creyendo que tiene una tarea importante asignada. Pobre pendejo. Me doy la vuelta y continúo caminando, serena de la vida hasta llegar a la zona de habitaciones de la sede. Me dirijo a mi habitación y cierro la puerta detrás de mí. Tengo un poco de tiempo a solas antes de que Amcottes regrese y tenga que ponerme a trabajar.
—Ya llegué, querida, ¿me extrañaste?—pregunto, encendiendo el apagador del cuarto.
Nadie responde. Suelto una pequeña risa, tratando de no enojarme.
—Oh, ¿estás molesta por lo de la otra vez? Sabes que no me gusta que me ignores, pequeña—me retiro las botas y estiro mis brazos.
De nuevo, solo hay un incómodo silencio. Estoy empezando a enojarme, y a ella no le gustará que lo haga.
—Sabes que a mí no me gusta hacerte esto, pero cuando te pones así de difícil me obligas a hacerlo—camino hasta mi cajón de juguetes y saco mis herramientas.
Como tengo poco tiempo y debo actuar rápido, solo usaré cosas sencillas. Una navaja, agujas, cintas, encendedor, martillo, y un consolador. Con esto será suficiente.
—A ver, pendeja zorra, es la última vez que te hablo y no me respondes—camino hacia la cama, donde está mi víctima.
Sé que no va a gritar, lo que es una lástima, porque en serio me gustaría poder bañarme y ahogarme en su agonía. Sostengo con fuerza mi martillo y golpeo su cabeza con furia. Lo que debería ser un sonido satisfactorio de contusión se amortigua cuando el arma toca la tela.
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Que se jodan los arcoíris ©
FantasyLa vida apesta, en especial para Jean, una chica gótica que ha reencarnado en un unicornio dentro de un mundo de fantasía luego de morir en su oscura vida anterior. Rechazando su nueva naturaleza, Jean se opone a los colores y decide tomar el contro...