No sé qué es más asqueroso; quedarme en mi casa, con mi madre drogada metiendo a todos esos hombres en su habitación; o haber venido a esta excursión escolar y soportar todos los insultos de Kendra y sus amigas. Ningún lugar para escapar o esconderse, solamente la crudeza del mundo.
Me aseguré de arrinconarme en lo más profundo del autobús, donde nadie quiera acercarse para joderme la existencia.
—¿Falta mucho para llegar?—pregunta, con impaciencia, un alumno.
—Solo un poco más, por favor sean pacientes—responde el profesor.
No sé a qué cabeza de alcornoque se le ocurrió que era una buena idea traer autobuses repletos de alumnos hacia un área ganadera. La respuesta es sencilla, a los profesores de ciencias.
Recargo mi cabeza en la ventana del autobús. Afortunadamente, no tendré que soportar a Kendra porque ella viene en otro. Estoy segura de que está maldiciendo por no poder estar junto a mí para destrozarme. Un suspiro se escapa de mis labios y observo el asfalto siendo devorado por las llantas del autobús.
Mis ojos también admiran la belleza del paisaje natural, sin ciudades cercanas que contaminen el ambiente. Nada más que fresca brisa veraniega y el sol impactando sus rayos contra el campo. Es bonito y tranquilizador, pese a que prefiero los días oscuros y lluviosos.
Jugueteo con mis dedos en silencio mientras el resto de alumnos conversan o duermen como si no tuvieran preocupaciones. Y es entonces cuando un pájaro de color rojo vuela por afuera de la ventana, luchando contra la corriente para alcanzar la velocidad del vehículo en movimiento.
—Eso es un petirrojo—menciona una voz.
Giro mi cabeza, sobresaltada por la repentina aparición a mi lado. Se trata de una chica. Los suaves rizos castaños se pierden entre sus dedos cuando acomoda su flequillo. Ella también observa al pájaro.
—Es muy raro verlos en las ciudades, pero aquí es diferente—continúa explicando.
Ella debe haber notado mi cara de confusión y rechazo, pues de inmediato se disculpa.
—Oh, lo siento, te interrumpí. Eres Jean, ¿correcto?—pregunta con una sonrisa.
La miro con cierta desconfianza. Ella es, sin duda alguna, quien ostenta el promedio más alto del colegio, una cerebrito andante que se lleva bien con todo mundo. Ojala yo pudiera ser como ella, pero prefiero quedarme en mi rincón mirando al resto de personas mientras hablan de tonterías como fiestas, moda o videojuegos.
Asiento con la cabeza para confirmar su pregunta. Ella parece entender que no soy de muchas palabras. En sus manos lleva una pequeña consola de video, con un cartucho insertado en la ranura correspondiente. La pantalla muestra un GAME OVER, la señal del fracaso.
—Oh, ¿esto? Me lo prestó mi hermano para el viaje. Por desgracia, descubrí que apesto para todo esto, ja, ja—confiesa.
La veo pulsar la opción de "Reintentar". Es un videojuego de rol por turnos, bastante popular entre los ñoños de mi salón. Parece que se quedó atrapada en una batalla contra un dragón negro.
—No logro entender las mecánicas de esta cosa. Por más que uso ataques, no logro derrotarlo y él me vence en unos cuantos turnos—se devana los sesos intentando adivinar qué hacer.
Puede que esta chica sea la mejor para los estudios, pero no para las cosas frikis y demás derivados. Por una milésima de segundo, me imagino la posibilidad de que mi vida dependiera de alguna estupidez así. ¿Podría una fracasada como yo sobrevivir en una fantasía similar? Ni siquiera puedo mantenerme en este mundo, mucho menos en uno así.
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Que se jodan los arcoíris ©
FantasyLa vida apesta, en especial para Jean, una chica gótica que ha reencarnado en un unicornio dentro de un mundo de fantasía luego de morir en su oscura vida anterior. Rechazando su nueva naturaleza, Jean se opone a los colores y decide tomar el contro...