Capítulo 30: Caos

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La noche para Pablo, sin embargo, había sido un rotundo éxito. Había logrado su cometido: sumir a Dulce en un estado de ira descomunal. La sensación de triunfo lo embargaba mientras recordaba con deleite cómo las chispas de furia brillaban en los ojos de la pelirroja. Verla tan fuera de sí le proporcionaba una satisfacción casi embriagadora, alimentando su ego y reafirmando su control sobre la situación. La cereza en el pastel fue el olvido descuidado de su chaqueta en el café. Para Pablo, ese simple descuido representaba mucho más que la pérdida de una prenda. Era un símbolo tangible de su victoria, una evidencia física de la perturbación emocional que había causado en Dulce. Con una sonrisa triunfante, recogió la chaqueta y se retiró del lugar con elegancia, satisfecho por el caos que había sembrado. Al subir al coche, lanzó la chaqueta al asiento trasero con desdén, pero pronto su mente maquinó un nuevo plan. Recordó la foto guardada en la guantera, la misma que capturaba un momento íntimo entre Dulce y él. Con determinación, tomó la foto y un bolígrafo, escribiendo un mensaje en el reverso antes de colocarla en el bolsillo de la chaqueta. Era el anzuelo perfecto para continuar con su juego retorcido.

Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro al imaginar las consecuencias de su pequeña artimaña. Devolver el blazer a su dueña con aquel "regalo" oculto en su interior sería el primer paso para desencadenar el caos en la vida de Dulce. Con paso firme, encendió el coche y se alejó del café, saboreando el sabor del poder y la venganza en el aire mientras conducía hacia su hogar.

(♥)

La mañana siguiente se anunció con el suave repiqueteo de las gotas de lluvia golpeando la ventana, como si el cielo compartiera el peso de las emociones que habían llenado la habitación la noche anterior. Dulce se despertó lentamente, llevándole varios minutos recuperar por completo su vista y orientarse en el espacio. Con un suspiro de reconocimiento, se dio cuenta de que se encontraba en su propia habitación, bajo las cálidas sábanas, vistiendo solamente su ropa interior. Una sensación reconfortante se apoderó de ella al sentir las manos de Christopher envolviendo con delicadeza su cintura. Recordó la noche anterior, con la tormenta de emociones que la había embargado, y cómo Christopher la había sostenido con ternura mientras lloraba. En ese momento, se sintió abrumada por un profundo sentido de gratitud y amor hacia él. Para Dulce, Christopher era más que un simple amor; era su ancla en medio de la tormenta, su roca en la que podía apoyarse cuando las aguas se agitaban con fuerza. Él había estado ahí para ella, sin preguntas, sin juicios, solo ofreciendo su amor incondicional y su apoyo constante.

Conmovida por sus pensamientos, Dulce se volvió hacia Christopher, encontrándolo dormido a su lado. Su rostro tranquilo, aunque aún marcado por el fruncimiento de ceño del sueño, la llenó de un profundo afecto. Con manos suaves, acarició su rostro, disipando los vestigios de preocupación que lo habían acompañado incluso en el sueño. Él abrió los ojos al sentir el tacto suave de Dulce, su mirada se encontró con la de ella, y una sonrisa de alivio se dibujó en sus labios. El amor y la gratitud llenaban el espacio entre ellos, sin necesidad de palabras. Dulce se acurrucó más cerca de él, dejando un beso suave en sus labios antes de mirarlo a los ojos con una expresión llena de amor y complicidad. En ese momento, no necesitaban palabras para expresar lo que sentían el uno por el otro; sus miradas hablaban por sí solas, transmitiendo un vínculo profundo y duradero que trascendía el tiempo y el espacio.

Fue entonces cuando él rompió el silencio con un susurro suave, su voz resonando con ternura en la habitación aún impregnada de la tranquilidad de la mañana.

- Luna vino a dormir aquí anoche. - murmuró con una mezcla de asombro y cariño en su tono. - Parece que las mujeres de esta casa se decidieron a elegir el día perfecto para estar tristes.

Una mezcla de preocupación y comprensión inundó el corazón de Dulce. Por un lado, se preocupaba por el bienestar emocional de Luna y imaginaba que aquello se debía a la naturaleza una la pelea con Diego. Sin embargo, también entendía que los conflictos amorosos a esa edad podían ser abrumadores y que Luna necesitaba el apoyo de su familia. La noticia resonó en el alma de ella, haciéndola reflexionar sobre la complejidad de la adolescencia y las dificultades que enfrentaba su hija en su viaje hacia la madurez. Como madre, deseaba estar allí para Luna en cada paso del camino, ofreciéndole un hombro en el que apoyarse y palabras de aliento cuando más las necesitara.

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