Capítulo 32: Claridad

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Dulce, sintiendo el peso de su soledad como una losa sobre su pecho, llegó a la dolorosa conclusión de que alejarse era la única opción viable en aquel momento. Sin siquiera detenerse a considerar las repercusiones de su partida, decidió comunicarse con Sofía a través de un lacónico mensaje, informándole que se ausentaría temporalmente debido a molestias relacionadas con su embarazo, aunque en realidad sabía que era un malestar fingido, una excusa conveniente para justificar su partida sin despertar sospechas. Con determinación, seleccionó cuidadosamente unas pocas prendas y las colocó en una maleta, un acto simbólico que marcaba el inicio de su retirada. Antes de abandonar el lugar que había sido su refugio, dejó su teléfono celular sobre la mesa del comedor, un gesto simple pero cargado de significado, una declaración silenciosa de su necesidad imperiosa de soledad y distancia.

Con paso firme pero el corazón pesado, salió de aquel espacio que alguna vez había sido su hogar, encaminándose hacia el único refugio que le ofrecía la promesa de tranquilidad y conexión con la naturaleza: la cabaña perdida entre los árboles. En su camino, cada paso parecía una liberación, un alejamiento gradual de las cadenas emocionales que la ataban a un lugar y una situación que ya no podía soportar.

Una vez llegó a la cabaña, se dedicó a ordenar meticulosamente el espacio, extendiendo sus pertenencias con un cuidado casi ritual, como si cada objeto fuera un ancla que la ayudaría a mantenerse a flote en medio de la tormenta emocional que la azotaba. Entre sus manos, la madera áspera de la cabaña y el aire fresco del bosque se convirtieron en sus únicos compañeros, ofreciéndole consuelo silencioso y la promesa de una sanación que solo el tiempo y la distancia podrían otorgar.

(♥)

Tres días habían pasado, tres interminables días marcados por la tormenta emocional que azotaba tanto a Christopher como a Luna. Juntos, habían tomado la decisión de acompañarse e invitar a Diego también para que lo hiciera, tomando posesión del departamento que Dulce había dejado vacío tras su abrupta partida.

El primer día sin ella se sintió como si un gigantesco tornado hubiera arrasado con todo a su paso, dejando un vacío palpable en sus vidas. Luna, al descubrir el celular de Dulce abandonado en la mesa, se vio inundada por una mezcla de preocupación y confusión. La evidencia de que Dulce se había llevado ropa solo intensificó su desconcierto. En la oficina, el misterio persistía, nadie tenía noticias de ella.

Christopher, decidido a desentrañar la verdad, se aventuró a convencer a Sofía de revelar cualquier información que pudiera tener. La presionó con tal insistencia que finalmente la joven se vio obligada a mostrarle el mensaje que Dulce le había enviado, anunciando su ausencia. Aunque la evidencia confirmaba la veracidad de las palabras de Sofía, la inquietud persistía. Se sentían culpables, atrapados en un torbellino de emociones contradictorias.

En el fondo, Christopher no albergaba dudas acerca de la ubicación de Dulce. A pesar de su certeza, había resistido la tentación de irrumpir en la cabaña durante todos esos días, temiendo causarle más angustia. Su única intención era evitar conflictos adicionales, demostrar respeto hacia Dulce y su espacio. Por otro lado, Luna estaba consciente de que Christopher tenía información sobre el paradero de Dulce, pero estaba decidido a mantenerlo en secreto a toda costa. A pesar de los intentos persistentes de Luna por obtener respuestas, Christopher se negaba a revelar la verdad, sin importar cuánto insistiera la joven.

El primer día en aquella cabaña, alejada del bullicio del mundo, Dulce se permitió sumergirse en un mar de lágrimas, dejando que el dolor y la tristeza fluyeran libremente, como si cada lágrima fuera una gota de alivio para su alma herida. Se tomó el tiempo necesario para llorar todo lo que había reprimido, para enfrentar cada emoción que había estado luchando por contener. Al despertar en el segundo día, una extraña sensación de vacío la invadió. Ya no quedaban lágrimas por derramar, y con ellas parecía haberse llevado también parte de sus sentimientos. Se sentía como una cáscara vacía, atrapada en un mundo donde la recuperación de su propia vida la abrumaba. En un intento por encontrar una salida a su desolación, se refugió en su arte. Día y noche, se entregó por completo a la pintura, permitiendo que sus pinceles y lienzos se convirtieran en el canal para expresar sus emociones más profundas y sus pensamientos más íntimos. Cada trazo era un suspiro liberador, una manera de dar forma a lo que yacía en lo más profundo de su ser.

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