Él de verdad estaba aquí. Me había aferrado a un libro, sin saber cómo pasar el tiempo mientras esperaba, y subrepticiamente lo bajé para saludarlo.
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“Su alteza.” Seager se hincó en una pierna ante mi para brindar respetos.
“Puedes levantarte,” dije.
Él no se movió. Lancé una mirada a los sirvientes detrás de él para enviarlos lejos. Ahora solo éramos nosotros dos en la habitación.
Más cómodamente, le dije, “Ven y siéntate, por favor.”
“No, su alteza.”
“¿Vas a quedarte ahí así?”
“Sí, su alteza.”
“Tus piernas van a dormirse.”
“No lo harán, su alteza.”
“Terco como siempre,” dije con un suspiro, entonces más irritada, “Bien. Haz lo que quieras.”
“Gracias, su alteza.”
“¿Qué estabas pensando? ¿Cómo pudiste decir eso frente al emperador?”
“Él me preguntó lo que yo quería… así que respondí honestamente.”
“Seager.”
“Sí, su alteza.”
Su educada respuesta llegó tan pronto que era casi sorprendente, incluso cuando era la forma apropiada de dirigirse a mi.
“¿Así que lo decías en serio, cuando dijiste que querías servirme?”
“Tú eres la que me trajo aquí, alteza… pero no me forzaste a hacerlo.”
Su expresión seria se rompió cuando finalmente las esquinas de su boca se elevaron.
“Tú…” me detuve, insegura de a dónde iba él con esto.
“Por favor sea más comprensiva, su alteza. Ya sabes lo torcida que puede ser mi personalidad.”
“Dilo de una forma en que yo pueda entender.”
“Una vez me preguntaste cómo sería nuestra relación cuando nos encontraramos de nuevo en el palacio.”
“Y tú… dijiste que odiabas a la princesa.” dije.
“¿Creíste que de verdad quise decir eso?”
Fruncí el ceño y dije, “Sé que lo quisiste decir.”
“¿Por qué lo habría dicho?” preguntó Seager.
Estudiando su rostro ahora, empecé a ver lo que había fallado en reconocer entonces.
“Llamarme tuyo –no es tan simple.”
Después de una pausa, dije lentamente, “Tú… querías que intentara y me ganara tu atención.”
Ante mi respuesta, Seager sonrió.
