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Lo que en realidad sentía eran cosas inexplicables. Después de tres años, quizás pensé que todo lo que comenzaba a sentir se acabaría, pero no. Al verlo ahí esa noche y luego, semanas después, en la fiesta de mi padre junto a Sophia, debo admitir que sentí celos.

—Yo no te utilizo —se escudó.

Suspiré; no tenía por qué fingir más.

—Lo sé, es solo que... no sé lo que en realidad siento —mentí.

Él tomó asiento a mi lado y, con su mano, tocó mi mejilla.

—Te ves hermoso —no pude evitar que mi cara ardiera.

Tomé su mano y la entrelacé con la mía. Me levanté de la mesa y lo llevé conmigo afuera. Los camastros miraban al lago, el cual reflejaba perfectamente la luna. La luna, sin duda alguna, deslumbraba impresionantemente, haciendo de esta ocasión algo más... ¿romántico?

—El paisaje es bello —dije.

—No tanto como tú —en esos momentos no lo miraba a él, pero podía sentir su hermosa sonrisa.

—No digas tonterías.

—No las estoy diciendo —respondió, y lo voltee a ver.

Nuestras miradas estaban en guerra; cada vez el espacio se hacía más pequeño y nuestros labios se acercaban más.

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Nuestros labios se acercaban cuando el rechinante ruido de la puerta nos hizo separarnos. Esta se había abierto y dejó ver a Alex.

—¿Jeonghan? —gritó—. ¿Estás aquí afuera?

—Ve con él —susurró Shua.

Me levanté del camastro y caminé hacia Alexander.

—¿Qué haces aquí afuera? —preguntó—. Hace mucho frío.

Y era algo que no había notado; en realidad hacía mucho frío por las noches, tanto que al hablar salía un poco de... ¿humo?

—Vine a distraerme un poco, no podía dormir. Ven, vamos adentro, te congelarás —dije, poniendo una de mis manos en su espalda y llevándolo dentro de la casa.

—¿No sabes dónde está Joshua? Al despertar tu no estabas así estabas y la puerta de su habitación estaba abierta y él tampoco estaba —dijo, con un tono que sospechaba que nosotros estábamos juntos—. Oí la puerta así que supuse que era ella, pero tú... irreconocible con ese copete.

—No, seguro fue a buscar un lugar donde descansar. Escuché que se quedó en el suelo.

—Buen punto.

En la madrugada, Sophia comenzó a hacer té; ella tenía frío y yo estaba realmente desesperado por saber cómo rayos entraría Emilia. Seguro tendría frío.

—¿Por qué no vamos a dormir? —pregunté.

—Pero el té está listo.

—Escuché a mis padres decir que mañana saldríamos temprano a algunas cascadas. Tenemos que descansar un poco.

—Está bien, y solo porque tú me lo dices —me besó los labios.

Ambos subimos y nos fuimos a nuestras habitaciones. No podía conciliar el sueño, solo pensaba en dónde podría estar Emilia.

(...)

—¡Buenos días! —saludé a Amanda.

—Eres el primero en despertar.

—¿En serio? —me sorprendí al escuchar eso, ya que había sentido dormir horas.

—Sí, comienzo a preparar el desayuno. ¿Me ayudas?

—Claro.

Mientras Amanda cocinaba algunas cosas, yo colocaba la mesa y le pasaba algunos ingredientes. Mientras ella los buscaba, yo cuidaba de que nada se quemara. Prácticamente ese era mi trabajo en ese momento.

—Huele delicioso, mamá —dijo Emilia al entrar—. Oh, no pensé que eras tú —agregó al verme.

—Estoy preparando el desayuno. ¿Te sorprende?

—No, quiero decir... sí. Juraría que es el olor de los omelets de mi madre.

—Listo, Mario, encontré la sal... —dijo Amanda entrando de nuevo a la cocina—. ¡Vaya hija! Buenos días —ambas mujeres se saludaron con un beso.

—¿Hiciste tus omelets? —preguntó Emilia.

—Claro, hijita.

—Sabía que era demasiado bueno para ser verdad —me dijo.

—Él me está ayudando —defendió mi madre.

—Yo no miento —respondí.

Poco a poco, el desayunador se llenó de todas las personas del viaje y comenzaron a devorar el desayuno al que ayudé a cocinar con Amanda.

Algo muy incómodo era ver a Sophia muy pegada a mí; algo me decía que tenía una ligera sospecha sobre lo que estaba sucediendo entre nosotros.

Matrimonio Forzado | JihanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora