11.

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Tenía una sensación de vértigo, de estar atrapada entre lo real y lo imaginario.

El cielo estaba teñido de rojo sangre, un ocaso eterno que ardía en el horizonte. El estruendo de las alas de los dragones resonaba por todas partes, mezclado con los gritos de guerra se unían a los choques de las espadas, que perforaban el aire.
Se encontraba en un campo de batalla que se extendía hasta donde la vista alcanzaba, un paisaje desolado cubierto de cadáveres y armas destrozadas. Los ejércitos chocaban en medio de una feroz tormenta de fuego y acero. Los caballos relinchaban y caían, arrastrando a sus jinetes al suelo embarrado, mientras las espadas se encontraban con un sonido metálico, acompañadas del crepitar de las llamas.

Sobre ellos, dragones surcaban el cielo, enormes bestias escupiendo fuego y arrojando sombras imponentes sobre el caos de abajo. Sus rugidos reverberaban como truenos. Miró hacia arriba, y fue entonces cuando lo vio y reconoció a Vhagar.

La armadura de Aemond destellaba con el fuego que lo rodeaba, y su capa ondeaba violentamente en el viento. Pero algo estaba mal. Un golpe invisible, una fuerza más allá de lo físico, lo arrancó de su montura en un abrir y cerrar de ojos.

Aemond cayó; la velocidad de su descenso fue vertiginosa, su figura se desplomaba hacia el abismo como una estrella fugaz en su último aliento. Sus manos se estiraban, intentando agarrarse a algo, cualquier cosa, pero el vacío lo reclamaba. El dragón rugió con un dolor que hizo temblar la tierra, girando en el aire, tratando de seguir a su jinete, pero era demasiado tarde.

Valaena corrió hacia él, intentando hacer algo, pero ya no había nada que pudiera hacer. Finalmente, su cuerpo se estrelló contra el suelo con un impacto que sacudió el campo entero, levantando una nube de polvo y cenizas.

El dragón descendió rápidamente, lanzando un torrente de fuego que devoró a cualquiera que se acercara al lugar donde yacía su jinete. El paisaje se llenó de humo negro y llamas que parecían danzar en un macabro homenaje al guerrero caído.
Sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba, como si el mundo entero se estuviera desintegrando, arrastrándola hacia la oscuridad. Desesperada, intentó correr hacia él, pero sus piernas no respondían.

Justo cuando las sombras la envolvían, llevándose consigo el último resquicio de luz, escuchó un susurro en el viento, una voz profunda y triste, una última advertencia que resonó en su mente:

"La oscuridad caerá sobre él si lo dejas."

Despertó gritando y sintiendo que su corazón se iba a salir por su boca. Estaba empapada en sudor.

La puerta de su habitación se abrió y un guardia entró.

—Princesa. ¿Está bien?

No tenía voz, su garganta estaba seca, pero aún así asintió e hizo una seña para que saliera.

Cuando el hombre la dejó sola se volvió a acostar, no podía seguir durmiendo, cada vez que sus ojos se cerraban, aquellas imágenes horribles se apoderaban de su mente.

Se quedó tumbada en la cama, con la mirada fija en el techo, mientras su respiración se normalizaba poco a poco. No podía sacudirse la sensación de angustia que el sueño había dejado en ella.

La oscuridad caerá sobre él si lo dejas.”

Las palabras seguían resonando en su mente, como una advertencia oscura que se negaba a desvanecerse. Por un momento recordó a Helaena y las frases encriptadas que solía murmuran cuando ambas eran pequeñas y compartían habitación.
No era la primera vez que tenía sueños vívidos, pero ninguno como este. Este había sido tan real, había podido sentir el calor del fuego, el dolor, la desesperación al ver a Aemond caer.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora