37.

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Val sentía que podía desmayarse en cualquier momento mientras Silverwing descendía lentamente hacia la costa de Rocadragón. Los acantilados oscuros, que antes eran su lugar seguro, ahora parecían más ominosos. Llevaba consigo el peso de una verdad que aún no había sido completamente revelada, pero también el temor por la reacción que tendría su madre al verla, tanto a ella como a sus hijos.

Cuando aterrizó, el sonido de las olas y el rugido del dragón quedaron atrás, el eco de sus pasos resonó en el castillo. Avanzaba por los pasillos de piedra que conocía tan bien, aunque ahora todo le parecía diferente, como si los muros mismos guardaran secretos. Estaba seguida de cerca por Jace, Joffrey y dos doncellas que llevaban a los niños en brazos.

Finalmente, llegó al salón donde se reunía el Consejo de su madre. La puerta estaba entreabierta, y Val se quedó un instante observando a Rhaenyra desde la sombra. La reina estaba sentada junto al fuego, con los ojos fijos en las llamas, como si estuviera esperando algo, o a alguien. Respiró hondo antes de entrar. Había llegado el momento.

—Madre —dijo en voz baja.

Rhaenyra alzó la vista de inmediato, y sus ojos reflejaron alivio al ver a su hija. Se levantó y se acercó a ella, envolviéndola en un fuerte abrazo. La princesa sintió el calor de los brazos de su madre, pero no podía relajarse.

—Te extrañé, mi niña —susurró Rhaenyra, apartándose lo suficiente para mirarla a los ojos.

Val la observó por un largo momento, y sin poder evitarlo comenzó a llorar.

—Lo siento. —dijo la joven con la voz quebrada; las lágrimas desbordaban de sus ojos mientras intentaba contener el llanto—. No huí cuando nombraron a Aegon rey. No… no pude, me tenían vigilada y luego… el embarazo.

Val se cubrió el rostro con las manos, el peso de la culpa la aplastaba, pero Rhaenyra no se apartó. Al contrario, la atrajo aún más cerca, abrazándola con fuerza.

—No tienes nada de que disculparte, mi niña —susurró la reina, su voz suave pero firme—. No podías haber hecho nada. Nadie te culpará por eso, y mucho menos yo.

Levantó la mirada, sorprendida por la calma en la voz de su madre. Había esperado reproches, quizá incluso desprecio, pero lo único que encontró fue comprensión. Aún así, las dudas seguían atormentándola.

—Pero… debería haber huido —insistió, con los ojos llenos de desesperación—. Lo intenté, pero no lo logré. Intenté cuidar a Joffrey como me pediste. —su voz se quebró completamente, pero tomó mucho aire para poder seguir hablando. —. Temí que pensaras que los había traicionado, que los había abandonado cuando más me necesitaban.

Rhaenyra la miró con ternura, alzando una mano para acariciarle la mejilla.

—Jamás pensaría eso de ti. Sabía que lo que ocurrió en Desembarco no estaba bajo tu control. Estabas sola, rodeada de enemigos y sin opciones. Hiciste lo que cualquier madre haría: protegiste a tus hijos y a tu hermano.

Val sintió un nudo en la garganta, pero las palabras de su madre eran un bálsamo para sus miedos. No se había sentido valiente en ese momento, pero escuchar a Rhaenyra decir que entendía sus decisiones le daba un alivio inmenso.

—Temí por ellos —admitió Val, su voz temblando aún—. Cada día que pasaba, temía que no los vería crecer. Que algo les pasaría por mi culpa. No podía permitir que eso sucediera. No podía…

Rhaenyra asintió, entendiendo perfectamente lo que su hija estaba diciendo. Ella misma había hecho sacrificios y tomado decisiones duras por el bien de sus hijos.

—No importa lo que digan los demás, Val. Eres fuerte, más de lo que crees —la reina tomó las manos de su hija entre las suyas—. Has sobrevivido, has mantenido a tus hijos y a tu hermano a salvo. Eso es lo que importa.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora