34.

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Cuando Silverwing aterrizó en Isla Bella, unos guardias con estandartes se acercaron a ellos. Valaena los reconoció de inmediato al ver el emblema que portaban.

—Cregan —dijo con la voz quebrada.

Bajó del dragón con la ayuda de los guardias, quienes también asistieron a Joffrey.

—Es un placer volver a verla, princesa —Cregan apareció abriéndose paso entre los hombres—. Me alegra que haya llegado sana y salva.

—¿Cómo sabías que estaría aquí? —preguntó Val, confundida.

—Entremos. Hay una taza de té esperándolos, y una habitación preparada donde las doncellas se encargarán de dormir a los niños mientras conversamos. —dijo, señalando el camino hacia el interior del castillo.

Se dirigieron a uno de los grandes salones. Una de las sirvientas se acercó para tomar a los bebés en brazos, pero Val se negó.

—Princesa, le ruego que confíe en ella. Ha servido a mi familia desde que yo era niño. Sus hijos estarán en buenas manos —aseguró.

A regañadientes, Val dejó a los bebés con la mujer. El hombre hizo un gesto para que se sentara y luego ordenó que les sirvieran té.

—¿Por qué está aquí, tan lejos del Norte? ¿Cómo sabías que íbamos a venir aquí? ¿Por qué me estabas esperando? —repitió Val, impaciente.

—Verá... Lord Farman es un antiguo amigo de mi padre y nos ha permitido permanecer aquí. Y la razón por la que estoy en este lugar es porque su esposo me ha estado enviando cartas durante meses —Cregan soltó una pequeña risa—. Hemos intercambiado mensajes durante un tiempo. Él me expresó su preocupación, ya que no deseaba que usted continuara como prisionera en la Fortaleza Roja. Dijo que no podía permitir que usted y los niños permanecieran allí, especialmente cuando la situación se estaba volviendo tan peligrosa. Por eso me pidió ayuda, para que pudiera ofrecerles refugio cuando escaparan. Él sabía que iba a necesitar apoyo, porque necesita antes recuperar sus fuerzas y enviarle cartas a su madre, para que sepa que no es una traidora a su causa.

Val sintió un nudo en el estómago.

—¿Y tú podrías ayudarme? —preguntó.

—Por supuesto, princesa —respondió con una mirada firme.

—¿Y Aemond? ¿Podrías ayudarlo también?

Cregan bajó la mirada, pensativo.

—No creo que su madre pueda perdonarlo, señora. No después de lo que ocurrió con Luke —dijo con seriedad.

—Lo sé, pero él no lo hizo a propósito. No fue su intención, te lo juro —Val habló con desesperación.

—Usted conoce a su madre mejor que yo, princesa. Sabrá si ella es capaz de perdonar.

Val cerró los ojos con pesar.

—No lo hará. Y Aemond lo sabía... —susurró—. Cregan, ¿alguna vez te mencionó que él también intentaría huir con nosotros?

Negó con la cabeza.

—No, siempre habló de usted, Joffrey y los niños.

El corazón de Val se encogió, saber que él había estado dispuesto a dejar todo su orgullo y su seguridad de lado para salvarla, la hacía angustiarse demasiado.

—Nos dejó huir sabiendo que no podría escapar... —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Debe estar encerrado, o peor, podrían haberlo matado...

—Su esposo no está muerto, señora. Y dudo que su hermano lo mate.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora