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Avanzaba por los fríos pasillos de Rocadragón, con sus pasos amortiguados por las gruesas alfombras que cubrían el suelo de piedra. La oscuridad de la tarde se filtraba por las estrechas ventanas, bañando el castillo en sombras. Había estado vagando sin rumbo fijo desde su tenso enfrentamiento con Rhaenyra, sus pensamientos se sentían pesados como una tormenta. A medida que se acercaba al salón del consejo, algo la detuvo. Las voces se escuchaban al otro lado de la gran puerta entreabierta, reconoció de inmediato las de su madre, Jace, y Baela.

Se acercó con cautela, manteniéndose fuera de la vista, pero lo suficientemente cerca para escuchar.

—Parte del ejército verde está en movimiento —dijo Baela, su tono urgente—. Han sido avistados marchando hacia Reposo del Grajo. Si no actuamos pronto, podrían tomar el último bastión negro en la Bahía del Aguasnegras.

Jace habló a continuación, su voz llena de tensión.

—No podemos permitir que lo consigan. Si lo hacen, cortarán nuestra línea de suministro y estaremos en una posición vulnerable. Pero... —hizo una pausa, como si estuviera sopesando sus palabras—. Madre, ¿por qué no has incluido a Val en esta discusión? Ella debería estar aquí, es una de las mejores estrategas que conozco.

Val sintió una punzada en el pecho al escuchar su nombre. Se inclinó un poco más hacia la puerta, esperando la respuesta de su madre.

Rhaenyra suspiró profundamente, y la princesa casi pudo imaginar el gesto de cansancio en su rostro.

—Valaena ha estado muy... nerviosa y confundida últimamente —respondió, su tono era más suave de lo habitual—. No creo que sea prudente añadirle más presión. Es mejor que descanse por ahora. No la quiero involucrada en esto.

Las palabras de Rhaenyra cayeron sobre ella como una daga. Lo que decía era una excusa, la verdad era que su madre no confiaba plenamente en ella. Apretó los puños mientras un torrente de emociones la inundaba.

La conversación en el consejo continuó, pero ahora Val apenas podía concentrarse. El dolor de la exclusión resonaba más fuerte que cualquier otra cosa.

—Entonces, ¿quién irá? —preguntó Baela.

—Envíame a mí madre. —pidió Jace.

La princesa sintió como el aire abandonaba sus pulmones.

—No. —respondió su madre de forma tajante.

—Yo iré. Envíame a mí. —la voz de Rhaenys retumbó en todo el lugar, de tal forma que incluso hizo temblar a Val, que estaba del otro lado de la puerta. —. Nadie más puede manejar esa situación con suficiente experiencia y rapidez.

Val contuvo el aliento. Rhaenys, era su abuela, aunque la relación entre ellas nunca había sido demasiado estrecha; el amor que tenía por ella era inmenso. Sabía que aquella mujer era fuerte, pero incluso ella podía caer en una situación tan desesperada.

El silencio en el salón del consejo fue seguido por un susurro de murmullos, y Val supo que debía irse antes de ser descubierta. Retrocedió con pasos cuidadosos, asegurándose de no hacer ruido, y cuando estuvo lo suficientemente lejos, se dio la vuelta y comenzó a caminar rápidamente por el pasillo, su mente en caos.

Se dirigió a una de las terrazas del castillo, donde el aire frío le golpeó el rostro. Se apoyó en el parapeto de piedra, mirando hacia el horizonte. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Rhaenyra la estaba subestimando, y si no iba a permitir que participara en la guerra, tendría que encontrar una forma de hacerlo por su cuenta.

Tenía que hacer algo. Tenía que encontrar una manera de involucrarse. Cerró los ojos intentando concentrarse, utilizando toda su mente para buscar todas las posibilidades con las que se enfrentaba. No podía permitirse más dudas. La decisión que había tomado en la terraza del castillo seguía firme en su mente. Si su madre no confiaba en ella lo suficiente como para incluirla en el consejo, entonces tendría que actuar por su cuenta.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora