Ya habían pasado cinco meses desde que habían retornado a la Fortaleza; ese día en particular Val se sentía demasiado decaída, miraba por la ventana de su alcoba, observando el horizonte sin realmente verlo.
Ese día, sus hijos cumplían un año. Recordaba sus risas, sus manitas aferrándose a sus dedos, y la calidez de sus cuerpos cuando los acunaba. La distancia que los separaba era un vacío imposible de llenar. Su corazón pesaba como una roca en su pecho, y las palabras de consuelo que Aemond le había ofrecido más temprano apenas le traían alivio.
Se había arreglado con esmero para ocultar el rastro de sus emociones, pero el dolor la atravesaba como un cuchillo.
“Es solo un día más,” se decía a sí misma, “un día más.” Pero sabía que se mentía.
Para distraerse, salió de su habitación y recorrió los fríos pasillos de la Fortaleza, como regente, Aemond había obligado a todos a que la trataran como la princesa que era y no como la prisionera que intentaban hacerles creer. El sonido de sus pasos resonaba en el silencio, como un eco de su propia soledad. A cada instante, su mente regresaba a sus pequeños, imaginando si estarían riendo o durmiendo, si recordarían a su madre o si empezarían a olvidarla con el tiempo.
Finalmente, llegó a la pequeña capilla del castillo, un lugar donde podía estar sola y darle rienda suelta a sus pensamientos. Se arrodilló frente al altar, y cerró los ojos. Las lágrimas amenazaban con desbordarse, pero luchaba por contenerlas. Murmuró una oración para que sus hijos estuvieran bien, para que no olvidaran el amor que sentía por ellos a pesar de la distancia, y para que un día, cuando todo esto terminara, pudieran estar juntos nuevamente.
Sin embargo, en el fondo de su corazón, Val sabía que nada de lo que pudiera decir o hacer borraría la angustia que sentía. Se llevó una mano al pecho, tratando de calmarse. Por el bien de sus hijos, por el bien del futuro que imaginaba para ellos, se prometió que haría lo necesario para terminar lo que habían empezado. Aunque le doliera, aunque la soledad la desgarrara, ella iba a protegerlos, sin importar el precio.
La princesa decidió que necesitaba compañía. La soledad se le hacía insoportable, y aunque sabía que había pocos en la Fortaleza en quienes podía confiar, su intuición la llevó a buscar a Helaena. Se dirigió a los aposentos de su cuñada y, al llegar, encontró la puerta entreabierta. Golpeó suavemente antes de entrar.
Helaena estaba sentada junto a una ventana, absorta en la contemplación de un pequeño bordado que sostenía en las manos. Levantó la mirada al escuchar a Val y, con una sonrisa suave, la invitó a pasar.
—Te estaba esperando. —dijo Helaena, con un tono amable.
Val le devolvió la sonrisa, agradeciendo la calidez de su recibimiento.
—Necesitaba... hablar con alguien —admitió Val, sentándose junto a ella. Helaena asintió, como si entendiera perfectamente.
—Hoy es el cumpleaños de tus pequeños, ¿verdad? —preguntó Helaena con dulzura. Val asintió, sintiendo cómo sus emociones se arremolinaban de nuevo.
—Sí, y me siento tan lejos de ellos —dijo Val, apretando las manos en su regazo—. Sé que están seguros, pero no puedo evitar sentir que les he fallado.
Helaena la miró con compasión, dejando su bordado a un lado para concentrarse por completo en Val.
—El amor de una madre se mantiene fuerte, sin importar la distancia. Ellos saben que los amas. Y cuando los veas de nuevo, lo sentirán.
La rubia respiró hondo, asimilando las palabras de Helaena. Había algo en su serenidad que la calmaba, que le recordaba que, aunque las circunstancias eran duras, no estaba sola en su dolor.
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La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen
FanfictionValaena Velaryon, la primogénita de Rhaenyra Targaryen y Laenor Velaryon, segunda en su nombre. Apodada "La Flor de la Corona", podría tener lo que desee, pero lo único que la hará feliz es lo único que parecería ser lo que no le conviene... Aemond...