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El campo de batalla, una vez ensangrentado y devastado, comenzaba a transformarse. A medida que el eco de los gritos y el estruendo de las espadas se desvanecían, el sonido del viento y el crujido de los escombros reemplazaban la desesperación. Las heridas de la guerra estaban frescas, y aunque el costo había sido alto, la esperanza de un nuevo comienzo comenzaba a asomarse en el horizonte.

Val se encontraba en el castillo, un lugar que antes simbolizaba el poder y el orgullo de su familia, ahora manchado por la batalla. Habían pasado semanas desde el enfrentamiento, pero el eco de la lucha aún resonaba en las paredes de piedra. Su madre, se recuperaba lentamente de sus heridas, pero el peso del trono recaía sobre los hombros de la princesa.

Cada día, Val se levantaba antes del amanecer para ocuparse de los asuntos del castillo. Se reunía con los leales a la corona, organizando reuniones con los lords y lady de las casas que habían sobrevivido a la contienda. Era una tarea monumental, lidiar con los remanentes de la rebelión, pero Val se mantenía firme. Sabía que la paz no se lograría de la noche a la mañana, pero estaba decidida a hacer todo lo posible para evitar más derramamiento de sangre.

Con el apoyo de algunos de los leales de su madre, comenzó a establecer un consejo de guerra que se ocupaba de resolver los conflictos que aún latían dentro de los muros del castillo. Algunos nobles resentidos todavía cuestionaban el liderazgo de Rhaenyra, mientras otros instaban a una paz negociada. Val escuchaba a todos con atención, tomando notas mentales de cada opinión, cada queja.
Aún así dejaba siempre un momento para estar con sus hijos, el tiempo que habían pasado lejos era demasiado doloroso como para no aprovechar cada instante que podían.

La princesa observó a su hija jugar en el suelo, recogiendo pequeñas piedras y ramas mientras Dridan supervisaba lo que ella hacía con sus enormes ojos violetas fijos en su hermana. Aunque la imagen de la batalla todavía pesaba en su mente, había algo tranquilizador en la paz con la que ellos jugaban.

—Es increíble pensar que esto era una batalla hace unas semanas —dijo Aemond a su espalda y se sentó junto a ella.

Val asintió, recordando lo vivido. Pero había más que la guerra; había un futuro que debía ser forjado.

—La paz no se logrará si seguimos aferrándonos al odio —murmuró —. Necesitamos aprender de lo que ha pasado.

Los mellizos, ajenos a las conversaciones de adultos, comenzaron a jugar con las piedras, creando pequeñas torres en el suelo.

—¡Mira, mamá! —gritó la niña, con su voz llena de alegría—. ¡Un castillo!

Aemond sonrió al ver la emoción de su hija. Con su cabello rubio y rizado iluminado por el sol, su inocencia era un bálsamo; luego, él se agachó para estar a su altura.

—Es un gran castillo, Aerea. ¡Seguramente será el más bonito de todo el reino!

Val observó a Aemond mientras él sonreía, su mirada era serena y tierna. Era en esos momentos cuando el peso de sus responsabilidades parecía desvanecerse, dejando espacio para una paz que había sido esquiva durante tanto tiempo. Sin pensarlo, Val extendió su mano y entrelazó sus dedos con los de él, sintiendo su calidez.

—Estamos construyendo algo más grande que un castillo de piedras —murmuró Val, dirigiendo la mirada hacia sus hijos—. Estamos dándoles un mundo nuevo.

Aemond la miró, asintió y le dio un apretón suave a su mano.

—Papá, puedes ayudar —dijo con una sonrisa el niño mientras extendía una piedra hacia donde él estaba.

El rubio aceptó la piedra y, después de colocarla con cuidado en la torre, acarició la cabeza de su hijo. Val se inclinó hacia ellos, colocando otra piedra al lado de la de Aemond, y juntos añadieron una más, riendo cuando toda la estructura se desplomó en el suelo.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora