27.

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Aquella noche Val casi no pudo dormir, más allá de todas las emociones que había tenido, sentía que había algo que no estaba bien. Su respiración era rápida y temía, ahora que estaba consciente de ello, que el bebe tuviera algo.

Estaba por llamar al maestre cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe. Aemond entró en la habitación, su rostro estaba  pálido y sus ojos sombríos. Valena se levantó lentamente de su cama,mientras escuchaba los truenos que golpeaban la ciudad.

—¿Qué pasa? —preguntó la joven, nerviosa.

—Yo… no quise… no quería hacerlo… no… —balbuceaba y miraba hacia abajo, estaba empapado, debajo de él se había comenzado a generar un charco de agua.

—¿Qué hiciste? —se acercó un paso, pero sentía un poco de miedo, su esposo parecía completamente desencajado.

Aemond evitaba su mirada, sus manos temblaban.

—Lo maté... a Luke. No... no debía suceder así.

El silencio se hizo insoportable. Valaena se quedó paralizada, sintiendo que el mundo se derrumba a su alrededor. Su hermano, su pequeño Luke, muerto. Un cúmulo de emociones la invadió. En ese momento la joven sintió un dolor agudo en el abdomen, colocó su mano sobre su vientre y se sujetó a la cama.

—Val. —se acercó unos pasos mientras ella soltaba un grito de dolor.

—¡Alejate de mi! —le gritó con la voz quebrada, pero con los ojos llenos de furia. El dolor agudo regresó y ella volvió a gritar de dolor. —Busca al maeste. —agregó.

Aemond salió corriendo de la habitación pidiendo a gritos ayuda; Val caminó con pasos cortos hasta la cama y se acostó; su respiración era entrecortada mientras el dolor en su abdomen se intensificaba. Las lágrimas brotaron de sus ojos, no solo por el sufrimiento físico, sino por la angustia que la consumía.

Aemond había matado a su hermano, su pequeño Luke, y la realidad de esa pérdida era un golpe casi tan fuerte como el miedo que sentía por su hijo.

El sonido de los pasos apresurados resonó en el pasillo, y momentos después el maestre entró, seguido por una sirvienta con toallas y agua caliente. Al ver los elementos que traía la mujer, la princesa comenzó a llorar. No podía perder a su bebé, no en la misma noche.

—No, por favor. No hagas esto. Por favor. —susurró mientras se ahogaba con sus propias lágrimas.

Aemond estaba detrás de ellos, pálido, empapado y visiblemente desesperado, su ojo clavado en Val, sin entender su reacción, pero sin atreverse tampoco a acercarse.

—Mi señora, permítame examinarla —dijo el maestre, inclinándose junto a la cama, con manos firmes pero gentiles mientras comenzaba a revisarla.

Val cerró los ojos, intentando controlar su respiración y mantener la calma, aunque el dolor la hacía temblar. Los minutos se sintieron eternos hasta que el maestre finalmente habló.

—Su hijo está bien —dijo con voz tranquila. Abrió los ojos aliviada pero no pudo evitar mirar a Aemond, el cual permanecía parado cerca de la cama, con el rostro desencajado. —Pero ha sufrido mucho estrés, mi señora. Necesita reposo absoluto. El dolor que siente no es por una complicación seria, pero podría empeorar si no se cuida. —Se giró hacia la sirvienta. —Preparen una infusión de hierbas relajantes y mantengan la habitación en calma. Las cortinas deben estar siempre corridas para que no entre demasiada luz.

Aemond, parado a un costado, parecía atrapado entre el deseo de acercarse y el miedo de hacerlo.

—Val… —comenzó con la voz rota, pero ella no lo miró. Aún no podía.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora