30.

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La luna llena proyectaba sombras largas sobre el castillo, y el silencio de la noche solo era interrumpido por el suave susurro del viento contra las ventanas.

Se habían quedado dormidos abrazados tras su reencuentro. La calidez entre ellos parecía un signo de que, poco a poco, todo podría arreglarse. Sin embargo, esa paz era tan frágil como el cristal.

El sonido de la puerta abriéndose bruscamente rompió el silencio. Val despertó con un sobresalto, sintiendo el peso de una presencia en la habitación. Aemond, a su lado, frunció el ceño y parpadeó, aún medio adormilado. Ambos giraron la cabeza hacia la entrada, y allí, iluminada por la luz de las antorchas en el pasillo, estaba Helaena.

La mujer no parecía la misma de siempre. Sus cabellos estaban enmarañados, su rostro estaba pálido y cubierto de una angustia que Val nunca antes había visto. En sus brazos, sostenía con fuerza a su pequeña hija, que dormía ajena a lo que estaba sucediendo.

—Helaena... —murmuró Val, sentándose de inmediato en la cama.

Aemond también se enderezó al ver el estado de su hermana, y sus ojos se estrecharon con preocupación. Pero Helaena no respondió de inmediato. Sus ojos, brillantes por las lágrimas, se clavaron en su hermano.

—Mataron al niño. —susurró la mujer. —Me hicieron elegir.

Aemond se levantó rápidamente de la cama, sin comprender del todo lo que estaba escuchando.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó con el ceño fruncido.

Las lágrimas comenzaron a caer por las mejillas de Helaena, y entonces su voz, temblorosa y ahogada por el dolor, pronunció las palabras que helaron el corazón de ambos.

—Mataron a Jaehaerys. —gimió, su cuerpo temblaba mientras abrazaba con fuerza a su hija dormida.

—Quédense aqui. —ordenó con desesperación. —Cierra la puerta Valaena, no la abras por nada del mundo.

Dicho esto salió corriendo. Todo pareció detenerse. Val sintió como si el aire hubiera sido succionado de la habitación, su corazón latía con fuerza y su garganta se cerraba al ver la devastación en el rostro de Helaena.

—¿Quién fue? —Val se acercó lentamente a la mujer y se agachó para estar a su altura. —. ¿Quién lo ha hecho?

Helaena sollozó, incapaz de responder de inmediato.

—Fue... fue por, Aemond... pero él no tiene la culpa —dijo finalmente Helaena, con la voz rota—. Dijeron que... que era por Lucerys.

Las palabras cayeron como una sentencia. Val retrocedió, su respiración se aceleró mientras el horror de lo que había sucedido la golpeaba de lleno.

—No... —susurró, sacudiendo la cabeza —. No.

—Quiero que me lo devuelvan... —gimió Helaena—. Mi pequeño... quiero a mi hijo de vuelta…

Las horas habían pasado con voragine. Primero Aemond, rodeado de media docena de guardias había escoltado a Helaena que no soltaba a su hija, Val y Joffrey a los aposento de Alicent, la cual estaba pálida y temblando, cuando llegaron corrió a abrazar a su hija y por primera vez, Val pudo ver algo de amor de madre en aquella mujer.

—Mi niña. —susurró.

La princesa abrazaba a Joffrey con todas sus fuerzas, aterrada de lo que podría haberle sucedido a su hermano.

Alicent obligó a que Helaena le contara todo lo sucedido y Val tuvo que alejarse en tres oportunidades para vomitar mientras Helaena contaba cómo la habían hecho elegir entre sus hijos y luego le cortaban la cabeza al niño. La cuarta vez que intentó alejarse Alicent habló.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora