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Cuando el castillo se vió a la distancia, Val giró para mirar a Aemond. Habían acordado que ella no podía llegar como una princesa, como la aliada de él, sino que lo mejor sería que lo hiciera como su prisionera. Lo que iban a decir era que el principe había encontrado a Val en medio de la lucha y la había capturado nuevamente, ella era su esposa y él no iba a permitir que ella lo humillara.

—Es hora. —le susurró él al oído y luego con suavidad tomó sus manos para atarlas, en su espalda. —Lo siento. —agregó.

—Es la única forma. —respondió ella.

La sujetó de la cintura con fuerza y Vhagar comenzó a descender.

Val sintió cómo el aire se tornaba más pesado a medida que se acercaban, había dejado a su dragona en Rocadragón y eso la hacia sentirse vulnerable, todo dependía de ese plan, ya no tenía otra alternativa.

La ciudad, con su bullicio y sus sombras, se extendía ante ella como un laberinto. Mientras Vhagar descendía, su corazón latía con fuerza, mezclando el temor y la determinación. El plan era arriesgado, pero no había otra opción si querían infiltrarse sin levantar sospechas.

Cuando la enorme figura de la dragona tocó tierra en el patio, los murmullos de los guardias y sirvientes se convirtieron en un eco de su llegada. Val sintió cómo la mirada de Aemond se intensificaba, mientras la guiaba hacia la entrada.

—Recuerda, actúa como si estuvieras asustada —le recordó en voz baja, inclinándose hacia ella—. Esto es solo un juego.

—Lo sé… —Val vaciló, sintiendo una punzada de desasosiego en su pecho. —pero si no te molesta, prefiero ser una prisionera rebelde y enojada. —murmuró mientras se sacudía, haciendo como que quería escapar.

Él rió por lo bajo.

—No esperaba otra cosa de ti esposa. —la sostuvo con más fuerza y murmuró en su oído. —Solo se fijarán en la forma en que te trato. —Aemond ajustó la presión de sus manos alrededor de sus muñecas atadas, asegurándose de que el acto pareciera genuino—. Lo que digan no importa, lo que importa es lo que logremos.

Val asintió, respirando hondo para calmar su nerviosismo. Al cruzar las puertas, las miradas de los nobles se posaron en ellos, curiosas y expectantes. Ella se sacudía y refunfuñaba mientras Aemond la guiaba, avanzando por el pasillo.

Escuchó a algunos nobles murmurar su nombre, palabras como “prisionera” y “desgracia” flotaban en el aire. Esa era la reacción que necesitaban, pero cada comentario la hería como una espada. Sin embargo, no se detuvo; se obligó a seguir caminando, con la cabeza alta.

Aemond la condujo hacia la sala del trono, donde el nuevo consejo la observaba con desdén. El trono, símbolo del poder, se erguía ante ellos, pero Val no podía evitar pensar en lo que representaba. Para ella, era un recordatorio de las decisiones que habían llevado a su familia a este punto.

Al llegar frente al consejo, Aemond se detuvo y la giró hacia él, su mirada ardiente.

—¡Mi esposa ha regresado! —anunció con voz poderosa, llenando la sala con su autoridad—. Cualquiera que intente poner un dedo sobre ella, tendrá que enfrentarse a mí. Yo mismo me ocuparé de ella.

El murmullo se intensificó, y Val vio cómo algunos de los nobles intercambiaban miradas de preocupación. La tensión crecía, pero ella sabía que necesitaba mantenerse firme.

—¡Suéltame maldito tuerto infeliz! —dijo mientras se sacudía, intentando liberarse; era obvio que no sentía aquello que decía, pero era necesario.

El murmullo se intensificó, y Val vio cómo algunos de los nobles intercambiaban miradas de preocupación. La tensión crecía, pero ella sabía que necesitaba mantenerse firme.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora