13.

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Estaba oscureciendo cuando Val entró en la biblioteca; allí se sentía segura y en paz, rodeada de la historia de su familia. Los estantes llenos de libros antiguos y el aroma a pergamino y cuero la calmaban, ofreciéndole un momento de paz. Pero su tranquilidad se interrumpió bruscamente cuando Aegon entró con pasos firmes y un brillo malicioso en sus ojos.

—Sobrina. Quería hablar contigo.

—¿Qué quieres? —se giró con los brazos cruzados y mirada desafiante.

—Hablar sobre lo que vi hoy —se acercó hasta quedar frente a ella. —. Siempre has tenido una debilidad por mi hermano —dijo Aegon, su voz impregnada de desprecio—. Lo entiendo, cuando éramos niños porque era el único que no tenía un dragón y eso daba pena, el pobre niño torturado. Ahora, sientes pena por él porque es un maldito deforme. Pero no dejes que tu compasión nuble tu razón.

Valaena sintió cómo la ira comenzaba a arder en su pecho, pero mantuvo la calma.

—Tu hermano no es un deforme —respondió con firmeza, mirándolo directamente a los ojos. —. Mis hermanos lo hirieron, nada más que eso.

Aegon soltó una risa burlona.

—Claro, lo que digas. —respondió en tono burlón. —Aunque no puedes negarme que él y yo... no hay comparación.

Valaena apretó los dientes, pero no pudo evitar responder.

—Claro que no la hay. Aemond es mil veces mejor que tú.

El rostro de Aegon se endureció, sus ojos se estrecharon peligrosamente. Se acercó un poco más.

—Dejame decirte que Aemond no tiene la... experiencia que tú requieres. —dijo, con una sonrisa lasciva.

—¿Qué quieres decir con eso? —lo miró con desconfianza, cada vez estaba más cerca y su cercanía le daba asco.

—Que para apaciguar todo el fuego que tienes dentro, necesitas a alguien que pueda satisfacer tus necesidades.

—¿Y tú lo harías? —preguntó con sarcasmo mientras reía. —. Créeme, Aegon. De todos los hombres del mundo, tú eres el que menos satisfecha podría tenerme. —tal vez una princesa común se avergonzaría que de aquella frase, pero no ella. —De hecho, estoy segura de que no lo has logrado satisfacer a ninguna mujer en tu vida.

El rostro de Aegon se enrojeció de furia y vergüenza. No esperaba que ella le respondiera y eso lo había descolocado.

—Nadie se ha quejado —respondió con arrogancia.

Valaena lo miró con una mezcla de lástima y desprecio.

—Porque eres el hijo del rey, idiota. Las mandarías a que les corten la cabeza. Pero déjame decirte algo: yo no te tengo miedo. Soy una princesa y no podrás hacerme nada, no puedes hacer que me quede en silencio.

La sonrisa de Aegon se desvaneció, reemplazada por una expresión oscura. Sus ojos se dilataron.

—Voy a mostrarte cuánto te puedo hacer gozar, maldita bastarda. Vas a rogar por más. Ahora no tienes a mi hermanito para que me detenga.

Antes de que Valaena pudiera reaccionar, Aegon avanzó hacia ella, empujándola contra uno de los estantes de libros, atrapándola con su cuerpo. Su mano se deslizó rápidamente bajo la falda de ella, buscando su piel; pero la joven reaccionó con reflejos afilados. Con un movimiento rápido, le dio un fuerte rodillazo en la entrepierna.

Aegon gruñó de dolor, tambaleándose hacia atrás. Valaena lo miró con frialdad.

—Vuelve a tocarme y no podrás volver a tener herederos, infeliz. No necesito a Aemond para defenderme. Puedo hacerlo sola.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora