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Estaba sentada junto a la cuna de madera, observando a sus pequeños dormir. El suave ritmo de sus respiraciones la calmaba, pero también la llenaba de ansiedad. Aún no podía creer que esos dos seres diminutos, tan frágiles y perfectos, dependieran completamente de ella. No sabía cómo iba a hacer, el peso de saber que no tenía a Aemond cerca de ella, para ayudarla, para calmarla y decirle que todo iba a estar bien la abrumaba.

Su hermano le había enviado un mensaje a su madre, explicando todo lo sucedido y aún, después de tres días, no habían recibido ninguna respuesta y eso, también la llenaba de ansiedad.

La puerta de la habitación se abrió con un ligero chirrido, sacándola de sus pensamientos. Levantó la vista y lo vio: Jace, estaba de pie en el umbral, con el rostro tenso y los ojos llenos de un conflicto que ella entendía demasiado bien.

—Jace —dijo, su voz salió más suave de lo que esperaba—. Pensé que no vendrías.

Había esperado este momento durante días, pero ahora que él estaba allí, sentía que el aire se hacía pesado. Sabía lo que su hermano pensaba sobre Aemond, sobre su elección de quedarse, sobre los niños. Sentía el peso de su juicio, pero también sabía que, más allá de eso, su hermano la amaba.

—Necesitaba tiempo —respondió él, cerrando la puerta con cuidado. Sus ojos no se apartaban de la cuna.

Val sintió una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que él estaba ahí porque la amaba, porque quería protegerla, aunque nunca aceptaría completamente la vida que había elegido. Ella misma aún estaba luchando por encontrar su lugar en todo esto.

Se levantó lentamente y, con una sonrisa vacilante, señaló a los pequeños que dormían tranquilamente en la cuna.

—Dridan y Aerea. —dijo con orgullo, esperando que, al menos, ellos pudieran romper el hielo entre ambos.

Por un momento, el rostro de Jace se suavizó. Dio un paso hacia la cuna, inclinándose ligeramente para ver mejor a los bebés. Val pudo ver la lucha interna en su hermano; su dureza habitual se estaba desmoronando ante la presencia de sus sobrinos.

—Conozco a la princesa Aerea y sé que su historia sobre lo aventurera que era te encantaba cuando éramos niños, pero... ¿Dridan? —la miró con el ceño fruncido.

—Harwin Strong, cuando era pequeña... —bajó la mirada sintiendo como se le formaba un nudo en la garganta. —él solía contarme historias sobre su familia. Recuerdo que siempre me gustó la de Dridan Strong.   Fue nombrado sargento por el mismo Aegon el conquistador a la edad de once años. Defendió aún siendo un niño a su familia de un ataque. Logró reducir a dos atacantes antes de que los soldados llegaran a ayudarlo. Era una persona valiente y fuerte.

Jace sonrió de costado.

—Creo que son los mejores que podrías haber elegido para ellos. —Val sonrió y asintió con la cabeza — ¿Puedo...? —preguntó Jace en voz baja.

Val asintió, observándolo mientras se acercaba aún más. Jace, siempre tan cuidadoso, tomó a Dridan en sus brazos, sus movimientos eran torpes pero llenos de ternura. La princesa sintió un nudo en la garganta al ver la escena. Era la primera vez que veía a su hermano tan vulnerable.

—Es hermoso —murmuró él, y Val pudo notar la sinceridad en su voz.

—Lo es, ambos lo son —respondió ella, con una sonrisa leve—. Son lo mejor que me ha pasado.

Ella sabía que la relación con Jace estaba marcada por el dolor y la incomprensión, pero en ese momento, viendo a su hermano sostener a su hijo, todo parecía más simple. No eran los enemigos que el destino los había hecho parecer; solo eran una familia, rota y tratando de recomponerse.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora