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Val lo escuchó con claridad, y por un momento, el mundo a su alrededor pareció detenerse. Su corazón se encogió al escuchar el nombre de su hija, y su mente rápidamente comenzó a pensar los motivos por los que Aegon podría haberla nombrado.

Algo había salido mal.

—¿Aerea? —murmuró, mirando a Aemond con los ojos llenos de pánico. Sabía que Aerea, Dridan y sus hermanos menores, incluido Joffrey, estaban lejos del peligro, estaban siendo trasladados a un lugar seguro. Que habían salido incluso antes de que ella fuera a encontrarse con Aemond; pero ahora una duda angustiante se apoderaba de ella.

Aemond frunció el ceño, su mirada se endureció al comprender lo que estaba pasando, y en un solo movimiento se dirigió hacia su dragón.

—Debemos encontrarlos. Ahora.

Val no dudó ni un segundo. Se giró, montó de nuevo en Silverwing, y en cuestión de segundos, ambos alzaron el vuelo, dejando el campo de batalla atrás, impulsados por una urgencia que no podía ser ignorada.

El viento cortaba sus rostros mientras volaban hacia el lugar donde ella y su madre habían acordado enviar a sus hijos con Raela. Sabía que ese era un sitio seguro, lejos de la guerra, pero ahora, esa certeza se tambaleaba. Si Aegon había mencionado a Aerea, algo debía haber pasado.

—Por favor, que estén bien... —murmuró Val entre dientes mientras miraba el horizonte, esperando llegar a tiempo.

La angustia no la dejaba pensar con claridad, sentía un peso en el pecho que le impedía respirar.

Repasaba en su mente las personas que estaban al tanto del traslado de los niños... No había demasiadas, alguien de seguro había hablado. Alguien no era completamente leal a su familia.

Cuando finalmente divisaron el lugar donde debía estar el carruaje, una sensación de alarma se apoderó de ambos. No había movimiento. El lugar parecía desolado, sin rastros del carruaje ni de los guardias que lo acompañaban.

—¡Aemond! —gritó Val, señalando un rastro de huellas en el suelo, como si algo o alguien los hubiera interceptado.

Descendieron rápidamente, el corazón de la princesa estaba acelerado, tanto que el golpe contra las costillas hacía que le doliera. Por su parte Aemond tenía un rostro que Val jamás había visto, estaba desencajado, no parecía él. Toda su coraza de frialdad de había caído por completo.

—¡Raela! —gritó, pero su propia voz parecía un lamento en el aire tenso. —¿Dónde están? —preguntó, su voz era casi un susurro. No había señales de sus hijos ni de Raela

Con cada paso que daban al acercarse al lugar donde el carruaje debía haber pasado el nudo en el estómago de la rubia se hacía más grande.

—Algo no está bien —dijo Aemond en voz baja, su mirada se movía con aguda atención, buscando cualquier señal de batalla o lucha.

Val observó el suelo, las marcas en el camino eran evidentes: el carruaje había sido desviado, y había signos de una breve pero intensa pelea. Las espadas se habían cruzado allí, y había rastros de sangre.

—¡No! —susurró Val, poniéndose de rodillas mientras tocaba las huellas frescas.

Los niños... ¿dónde estaban?

Los dos compartieron una mirada de pánico, pero rápidamente Aemond recuperó la compostura.

-No puede estar lejos. No creo que su intención sea matarlos, lo hubieran hecho aquí mismo -a pesar de su intención de calamar a su esposa, ese comentario solo hizo que Val se desespera más -. Quieren algo... -Su voz era fría, pero sus ojos estaban llenos de una determinación feroz-. Encontraremos a nuestros hijos. -dijo poniendo las manos sobre sus hombros. Ella asintió pero de inmediato sus ojos se llenaron de lágrimas.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora