29.

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El silencio en la habitación era profundo, interrumpido solo por el suave crepitar del fuego en la chimenea. Aemond seguía con la mano sobre el vientre de Val, sintiendo cada pequeño movimiento del bebé, y, por un instante, todo parecía estar en calma. La mirada de Aemond se elevó lentamente hacia Val, buscando en sus ojos alguna señal de lo que estaba pensando.

Ella lo observaba en silencio, podía notar la mezcla de emociones en su expresión: culpa, tristeza, pero también una inmensa alegría. Sus ojos bajaron hacia la mano de Aemond sobre su vientre, y con un gesto lento, colocó su propia mano sobre la de él.

No había necesidad de palabras, solo el tacto suave y el entendimiento tácito de que algo entre ellos estaba cambiando.

Finalmente, Val rompió el silencio con una voz suave pero decidida.

—Ven conmigo —le dijo, entrelazando sus dedos con los de Aemond. Era la primera vez en meses que ella lo tocaba de forma voluntaria.

Aemond pareció sorprendido al principio, pero no dijo nada. Se dejó llevar por Val, quien lo guió con pasos lentos hacia su habitación. Los pasillos oscuros del castillo se sintieron interminables, pero la distancia entre ellos, aunque frágil, comenzaba a acortarse. Cuando llegaron, Val empujó suavemente la puerta, dejándola entreabierta tras ellos.

En la intimidad de la habitación, las luces de las velas proyectaban sombras suaves sobre las paredes de piedra. Val se acercó a la cama y se detuvo, dándole la espalda a Aemond por un momento, como si estuviera considerando sus próximos movimientos. Respiró hondo, intentando calmar su propio corazón que latía con fuerza.

Aemond dio un paso adelante, con cautela, pero decidido a no forzar nada.

—Val… —comenzó a decir en un susurro, pero las palabras parecían quedarse atascadas en la garganta.

Ella se giró lentamente hacia él, se acercó y, con un gesto lento y deliberado, llevó su mano hacia su rostro, rozando suavemente la cicatriz que le atravesaba el ojo.

—No quiero volver a perderte. —murmuró, su voz apenas un hilo. Las palabras eran simples, pero cargadas de todos aquellos sentimientos que había exprerimentado esos meses.

—No lo voy a permitir. —respondió con voz suave .

La princesa asintió lentamente y, sin apartar la mirada de él, tomó sus manos y las llevó a su cintura, acercándose. Aemond la sostuvo con una delicadeza que casi parecía irreal, como si temiera hacerle daño. Entonces, Val se inclinó hacia él y dejó que sus labios se encontraran en un beso lento; fue suave al principio, tímido casi, pero a medida que ambos se rendían al momento, la pasión contenida durante meses comenzó a manifestarse. Aemond la abrazó más fuerte. Val, por su parte, sintió un alivio en el pecho, como si, por primera vez en mucho tiempo, estuviera dejando de lado el peso de su desconfianza. La cercanía de Aemond, el calor de su cuerpo junto al de ella, no se sentía como una amenaza, sino como algo que ambos necesitaban para sanar.

—Te necesito —murmuró Val contra sus labios, sus manos recorrieron la espalda de Aemond, sintiendo la tensión en sus músculos, el peso de todo lo que había cargado en silencio. Él no dijo nada, solo la miró con intensidad.

Con una mano temblorosa, Aemond desabrochó el vestido de Val, dejando que el tejido suave cayera lentamente, revelando su piel pálida bajo la luz tenue de las velas. La rubia dejó escapar un suave suspiro al sentir el aire frío en su cuerpo, pero cuando las manos de Aemond la acariciaron, todo lo demás desapareció. Se sentía vulnerable, expuesta, pero también segura por primera vez en meses.

La contempló, su mirada recorrió cada curva de su cuerpo, ahora marcado por el embarazo. Sus manos, antes temblorosas, se volvieron más firmes mientras acariciaba suavemente su vientre. Val pudo ver en su rostro la mezcla de amor y remordimiento, el peso de lo que habían perdido y lo que aún tenían por ganar.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora