26.

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Valaena se reclinó en el borde de la cama, mirando a Joffrey, que dormía plácidamente a su lado. El niño había estado intranquilo durante los últimos días, y ella había optado por mantenerlo cerca, en su propia habitación. Sabía que algo oscuro se cernía sobre el castillo desde la muerte de su abuelo, pero lo que más le dolía era la creciente certeza de que ya no era más que una prisionera dentro de sus propios muros.

Los días siguientes a la muerte del rey habían sido un torbellino de murmullos y movimientos furtivos por los pasillos. Val se había mantenido en su habitación, evitando cualquier contacto innecesario con los que la rodeaban, especialmente con Aemond. En su lugar, solo Roahna, su leal doncella, tenía permitido entrar a sus aposentos. Con cada día que pasaba, se hacía más evidente que Val estaba vigilada. Ya no era libre de moverse por el castillo como antes. Cada vez que intentaba salir, tres guardias la seguían como sombras persistentes, sin decir nada, pero dejando claro que no tenía elección.

Roahna entró silenciosamente con una bandeja de comida, colocando el plato sobre la mesa. Sus movimientos eran cuidadosos, sabiendo que cualquier interrupción podría despertar al niño. La doncella lanzó una mirada a Val, preocupada por la creciente tensión en su expresión.

—Mi señora —murmuró la doncella, inclinándose ligeramente—. ¿No va a comer?

Val la miró de reojo, sus pensamientos aún atascados en la situación que la rodeaba. Tomó aire profundamente, intentando calmar la mezcla de frustración y miedo que sentía.

—No tengo hambre, de hecho —sintió como el asco invadía su cuerpo e hizo una arcada. —, aleja esto de mi, por favor. Cuando Joffrey despierte lo comerá. —Tras una breve pausa, añadió—: Sabía que esto ocurriría. Estoy prisionera. No pueden matarme, sé que Aemond no lo permitiría, pero tampoco van a dejarme ir. Si la guerra llegara a estallar, el bando de mi madre tendría un dragón menos y en la Fortaleza habría uno más, aunque jamás subiría a Silverwing para herir a mi madre, a mis hermanos o incluso a mis primas o Daemon.

Roahna bajó la mirada, su habitual calidez estaba teñida por la tristeza.

—No quieren que tenga la libertad de actuar, de escapar… o de hacer algo que no puedan controlar. Pero el principe se preocupa mucho por usted, me busca por los pasillos, me pide que le diga como se encuentra.

Val apretó los labios, conteniendo el resentimiento que sentía al saber que Aemond.

—Él me encerró aquí primero, fue él quien no me dejó huir cuando aún tenía tiempo. Fue él quien se arrodilló frente a su hermano, el hombre que ha hecho de su vida una miseria. —suspiró sintiendo un nudo en la boca del estómago —Todo este lugar. Cada rincón está envenenado.

Se levantó lentamente y caminó hacia la ventana, donde las sombras de la noche comenzaban a caer sobre el castillo. Afuera, podía ver la silueta de los guardias, siempre atentos, siempre vigilantes. Sabía que no tenía escapatoria.

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La fatiga, que al principio había atribuido al estrés y la falta de sueño, ahora la golpeaba con una fuerza implacable. Cada día, levantarse de la cama se convertía en una tarea más difícil, y un malestar constante empezaba a instalarse en su estómago. Trató de ignorarlo, convenciéndose a sí misma de que era el resultado de la tensión por todo lo que estaba ocurriendo en el castillo. Pero con el paso de los días, el malestar se intensificó.

Una tarde, se sintió tan mal que tuvo que sujetarse de Roahna para no caer al suelo.

—Mi señora, no puede seguir así. Debemos llamar al maestre. Tiene que revisarla.

La princesa, aún mareada, asintió y se sentó en uno de los sillones cercanos; agradeció que Joffrey no estuviera en la habitación en ese momento, él si salía, Helaena lo buscaba cada tarde para que jugara con Jaehaerys y Jaehaera, cosa que Val le agradecía, además que hacía que el niño no estuviera tan angustiado.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora