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La carroza avanzaba lentamente por las calles de la ciudad, rodeada de guardias que mantenían a la multitud a raya. Val, sentada junto a Helaena y Alicent, no podía evitar sentir la opresión de la situación. La atmósfera era pesada, y el aire, cargado de dolor y desolación. El cuerpo sin vida del pequeño Jaehaerys descansaba sobre la carroza, envuelto en un sudario blanco, rodeado de flores marchitas que habían sido arrojadas por los habitantes de la ciudad.

El lamento del pueblo resonaba a lo largo del recorrido. La gente lloraba, gritaba y tiraba flores al paso de la carroza. Algunos incluso extendían las manos hacia Helaena, como si tocarla pudiera de alguna manera aliviar su propio sufrimiento. Val mantenía la mirada baja, sintiendo cada flor que golpeaba el suelo como una puñalada a su alma. Estaba vestida de verde, los colores de los Hightower, y se sentía más ajena que nunca. No pertenecía a ese lugar, no con ese vestido, no con esa gente que la veía como una impostora.

Los guardias marchaban al ritmo de la carroza, sus armaduras resonaban contra las piedras del camino. De vez en cuando, uno de ellos alzaba la voz para callar a los más exaltados o para alejar a aquellos que se acercaban demasiado. Fue entonces cuando Val escuchó a uno de los guardias, su voz dura y fría, pronunciar las palabras que la hicieron estremecerse.

—¡Contemplen la obra de Rhaenyra la Cruel! —gritó, su voz resonando sobre el murmullo de la multitud.

Las palabras se propagaron como fuego entre el pueblo. Algunos comenzaron a repetirlas en un susurro que creció hasta convertirse en un coro de acusaciones.

"Rhaenyra la Cruel"

"Rhaenyra la asesina"

Cada palabra parecía pesar sobre los hombros de Val como una carga que no le correspondía.

Helaena, sentada a su lado, estaba visiblemente afectada. Sus manos temblaban, y cada vez que alguien intentaba tocarla, se apartaba bruscamente, como si el contacto fuera más de lo que podía soportar.

Sus ojos, llenos de desesperación y miedo, buscaban una salida en el mar de personas que gritaban y lloraban. Parecía querer alejarse de todo, pero no había lugar a donde ir.

—No quiero estar aquí —susurró Helaena, con la voz entrecortada, mirandola como si esperara que ella la sacara de esa pesadilla.

Val la observó, compartiendo su incomodidad. Cada segundo que pasaba en ese lugar la hacía sentir más atrapada. El peso del vestido verde sobre su piel la sofocaba, recordándole que estaba siendo parte de una farsa, de una tragedia horrible, que había sido utilizada a favor de un usurpador. Sentía las miradas del pueblo sobre ella, y aunque su nombre no era el que se gritaba, sabía que la vinculaban con lo que había ocurrido.

Alicent, sentada al otro lado, mantenía una máscara de control, aunque era evidente que el dolor la consumía por dentro. No decía una palabra, pero sus ojos estaban fijos en el cadáver de su nieto, como si intentara contener su propio llanto.

Las flores seguían cayendo, algunas golpeando suavemente las capas de las mujeres, otras chocando contra la carroza o los guardias que marchaban alrededor. El sonido de los sollozos del pueblo se mezclaba con las pisadas de los caballos y el roce de las ropas fúnebres.

Val deseaba que todo terminara, que el viaje llegara a su fin y pudiera liberarse de esa incomodidad que la asfixiaba. Pero sabía que, aunque ese día terminara, la tensión que pendía sobre todos ellos solo estaba comenzando.

El susurro de "Rhaenyra la Cruel" seguía flotando en el aire, como un eco que nunca se desvanecía.

Helaena, a su lado, estaba cada vez más nerviosa. Su respiración se volvía más rápida, sus ojos se movían de un lado a otro, y sus manos temblaban al intentar aferrarse a algo, cualquier cosa, para encontrar seguridad. Val vio cómo la multitud estiraba las manos hacia ella, como si quisieran tocarla para absorber algo de consuelo en medio de tanta desgracia. Helaena se encogió, apartándose aún más, casi al borde del colapso.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora