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En medio de la noche Val salió de la habitación en silencio. Caminó por los pasillos oscuros hasta llegar a la habitación de sus hijos. Dos guardias custodiaban la entrada; al verla, la saludaron con un gesto respetuoso y ella les respondió de la misma manera. Al entrar, notó a las dos doncellas que permanecían cuidando a los niños.

Desde lo ocurrido con Jaehaerys, Val había tomado precauciones, tal vez exageradas, para proteger a Dridan y Aerea, debía haber siempre alguien cuidándolos, alguien que pudiera protegerlos, llamar a más guardias. Las mujeres la miraron un poco sorprendidas por la hora, pero no dijeron nada, solo se retiraron un poco.

Val se acercó y observó primero a la niña. Aerea dormía plácidamente, su cabello platinado había comenzando a crecer en suaves ondas. La expresión de paz en su rostro le recordó a la que veía en Aemond mientras dormía; conocía cada pequeño detalle y facción de sus hijos. Los había observado dormir y jugar durante horas y podría seguir haciéndolo eternamente, sin cansarse.

Giró para observar a Dridan. Aunque era más tranquilo que su hermana, su expresión al dormir siempre era de seriedad, como si todo el peso del mundo recayera sobre sus pequeños hombros. Val sintió una punzada de dolor en el corazón al pensar en lo que podrían enfrentar en un futuro incierto. No quería que sus hijos estuvieran expuestos a más sufrimientos.

Mientras sus ojos recorrían la habitación, notó la tenue luz de la luna filtrándose por la ventana, iluminando los suaves rostros de sus hijos. Se agachó un poco, acariciando con ternura el cabello de Aerea. Era un gesto pequeño, pero en ese instante sentía que podía protegerla del mundo, aunque solo fuera por un momento.

De repente la angustia la invadió, las lágrimas corrieron por sus mejillas como ríos silenciosos.

Las doncellas la observaron en silencio. Val sintió la incomprensión de los demás, como si nadie pudiera entender lo que realmente pasaba por su mente. ¿Acaso habían sentido alguna vez la carga de ser madre en un mundo tan frágil?

Respirando hondo, se levantó y decidió que debía hacer algo, que no podía dejar que el miedo la consumiera. La vida de sus hijos era lo más importante, y haría lo que fuera necesario para protegerlos, incluso si eso significaba tomar decisiones difíciles que podían romper su propio corazón.

Después de un momento, decidió que debía volver a su habitación, pero la inquietud no la dejaba tranquila. Con paso decidido, se dirigió al maestre. Al llegar, tocó suavemente la puerta, y tras un breve momento de espera, le abrió con una mirada somnolienta.

—Mi señora, ¿qué le trae a estas horas? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Necesito un té de luna, de inmediato. —respondió, tratando de mantener la voz firme, aunque su corazón latía desbocado.

El maestre asintió. Preparó el té rápidamente.

Mientras esperaba, Val se sintió invadida por la melancolía. Era una decisión que había estado considerando durante días, pero ahora que estaba aquí, la urgencia parecía más intensa.

Cuando finalmente tuvo el té en sus manos, dio las gracias lo tomó de un sorbo y salió de la habitación. El aire fresco del pasillo la envolvió mientras regresaba a su habitación. Cada paso era un recordatorio de la decisión que estaba tomando. Al cerrar la puerta tras de sí, la quietud del lugar la abrumó.

Se dejó caer en la cama, y sin poder contenerse más, comenzó a llorar en silencio. Las lágrimas caían por sus mejillas, cada una llevando consigo el peso de sus temores.

Aemond, que había estado durmiendo, se despertó al notar el movimiento y el suave sonido de sus sollozos. Se giró hacia ella, la preocupación llenando su expresión.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora