14.

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Durante la noche no pudo dormir. No podía creer haber sido tan tonta de dejar que sus sentimientos interfirieran en su plan y en evitar que su madre la encontrara antes de poder resolver todo. Se revolvía entre las sábanas, incapaz de apagar la avalancha de pensamientos que inundaban su mente. Cada vez que cerraba los ojos, se veía a sí misma congelada por la nieve, siendo solo una ficha en un tablero que le quedaba demasiado grande y detestaba eso.

Con un suspiro frustrado se levantó de la cama. No podía quedarse allí, consumida por la ansiedad. Decidió ir a la biblioteca. Al menos allí podría encontrar algo para distraer su mente. Sin embargo, al cruzar el pasillo, un ruido en el patio captó su atención. Se detuvo, escuchando con atención, y siguió el sonido.

Cuando llegó al patio, lo vio. Aemond, con la camisa desabrochada, practicaba con la espada bajo la luz de la luna. Sus movimientos eran precisos, casi furiosos, como si intentara descargar una tormenta interna. Valaena se quedó observándolo, hipnotizada.

—No puedes dormir tampoco —dijo sin dejar de moverse, aunque estaba claro que había notado su presencia desde el principio.

—No —admitió ella, dando un paso adelante—. Mi mente no me deja en paz.

Aemond detuvo su práctica y se volvió hacia ella. Por un momento, solo se miraron en silencio.

—No deberías caminar sola por el castillo a estas horas de la noche, es peligroso.

—Pero no estoy sola, estoy con mi tío y sé que él me protegerá. —respondió con una sonrisa burlona.

—¿Y quién te protegerá de mi? —murmuró mientras la sujetaba de la cintura y la atraía hacia él.

Valaena se quedó sin aliento al sentir las manos firmes de Aemond en su cintura, acercándola más hacia él. Su corazón latía con fuerza, cada latido resonaba en sus oídos como un tambor de guerra. Podía sentir el calor de su cuerpo, el roce de su piel contra la suya a través de la tela fina de sus ropas. La intensidad de su mirada la atrapó; era un mar de emociones contenidas, de deseos que apenas lograban mantener bajo control.

—Tal vez no necesito que me protejan de ti —murmuró ella, alzando la vista para encontrar la suya, desafiándolo—. Tal vez tú eres quien debería tener cuidado conmigo.

Aemond soltó una risa baja. No aflojó su agarre; por lo contrario, la acercó aún más, dejando solo un resquicio de aire entre ellos.

—¿Y por qué debería tener cuidado contigo? —su voz era apenas un susurro, una caricia que la hacía estremecerse.

—Porque puedo ser más peligrosa de lo que piensas —respondió ella, desafiando el calor que la recorría—. No soy una niña a la que puedas manipular o controlar.

Aemond alzó una ceja, una sonrisa torcida curvando sus labios.

—Lo sé —dijo, su tono suave pero cargado de algo más profundo—. Eres mucho más que eso.

Hubo un momento de silencio, un segundo en el que todo pareció detenerse a su alrededor. Valaena sintió el latido de su corazón resonar con fuerza en su pecho, su respiración entrecortada por la cercanía de Aemond, por el calor de su cuerpo, por la intensidad de su mirada.

—¿Por qué me sigues provocando? —preguntó él, su voz más grave, como un susurro contra la piel de su cuello.

Podía sentir el aliento de Aemond contra su piel, enviando un escalofrío por su columna.

—Porque quiero saber hasta dónde estás dispuesto a llegar —respondió ella sin vacilar, sus ojos fijos en los de él.

Sin previo aviso, la empujó suavemente contra una columna cercana, atrapándola entre su cuerpo y la fría piedra. Su boca estaba tan cerca de la suya que Valaena podía sentir su respiración mezclarse con la suya.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora