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Val caminó por el pasadizo hasta encontrar el lugar al que quería llegar. Agudizó el oído y al solo escuchar la respiración agonizante, abrió la puerta lentamente, revelando una habitación oscura y cargada de un ambiente denso. El aire estaba impregnado de un olor acre, mezcla de ungüentos medicinales y carne quemada, tan espeso que Val casi tuvo que contener la respiración al entrar.

La tenue luz de las velas parpadeaba sobre las paredes de piedra, proyectando sombras inquietantes que parecían acechar desde cada rincón. La habitación, normalmente opulenta, parecía ahora un lugar sombrío, casi lúgubre, carente de la pompa y el lujo que una vez ostentaba. Las cortinas estaban corridas, ocultando cualquier rastro del mundo exterior y sumiendo el espacio en una penumbra casi irrespirable.

Aegon yacía en la gran cama, con el cuerpo envuelto en vendas, su piel apenas visible entre los restos de vendajes sucios y el parche de heridas abiertas. Sus brazos y rostro mostraban terribles cicatrices, resultado de la batalla y del fuego implacable de dragón. El lado izquierdo de su rostro estaba tan marcado por las quemaduras que su piel se había tensado y deformado, desdibujando casi por completo los rasgos que una vez lo habían definido como rey.

Sus ojos, aún brillantes aunque opacos por el dolor, se abrieron al escuchar los pasos de Val. Al verla, una chispa de temor y desconfianza se reflejó en ellos.

La princesa se acercó, con los labios apretados y una expresión fría en su rostro. La crueldad en su mirada se veía casi desconocida, una ira contenida y voraz la dominaba por completo. Sin apartar la vista de él, alzó una mano y presionó con fuerza sobre una de las vendas que cubría sus quemaduras. Aegon se estremeció,
Val apretó con más fuerza, su voz sonó apenas en un susurro mientras le hablaba con un tono helado.

—¿Creías que te saldrías con la tuya? —dijo, con una mezcla de odio y satisfacción. La presión de su mano sobre las heridas de Aegon arrancó un grito ahogado de sus labios. Las venas se marcaban en su cuello, su cuerpo debilitado se tensaba impotente bajo su toque—. No puedes escapar de tus pecados, Aegon. No esta vez.

Aegon intentó apartarse, pero la energía lo abandonó tan pronto como hizo el esfuerzo, dejando sus palabras colgadas en el aire.

—Por favor... —suplicó.
Ella lo miró, con una expresión desprovista de compasión.

—¿Sabes? —dijo con una sonrisa en el rostro. —Disfruté mucho verte caer. Escucharte gritar y pedir piedad —casi no reconocía el sonido de su propia voz, estaba dominada por la ira y no le importaba. —. Te lo merecías, por lo que me has hecho o intentando a hacer. Por lo que has hecho sufrir a Aemond. Por mis hijos... —levantó una de las vendas con violencia haciendo que Aegon gritara de dolor. —Luke. Quiero saber la verdad. —Su tono fue cortante, directo, cada palabra cargada de una rabia contenida—. ¿Qué sucedió realmente esa noche? 

Aegon trató de esquivar la mirada, su respiración pesada, pero el miedo lo traicionaba. Los recuerdos parecían consumirlo, y aunque no quería ceder, el dolor y la determinación en el rostro de Val lo forzaron a hablar.

—Sabía que era la única forma. —musitó, la voz quebrándosele, pero Val no le dio tregua; volvió a presionar sobre las heridas, sin apartar su rostro de él, casi disfrutando de cómo el poder se invertía en esa habitación.

—Cuéntamelo todo. Ya no tienes nada que perder.

Aegon gritó, su voz fue un lamento en el silencio de la habitación. Finalmente, sin fuerzas para resistirse, comenzó a confesar.

—Él no te merece. —intentó sonreír pero no lo logró. —Yo... lo ataqué. Si lo mataba tú ibas a odiarlo. —admitió, cerrando los ojos como si al hacerlo pudiera esconderse de la realidad que lo abrumaba—. No pude contenerme, Aemond no lo iba a atacar.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora