10.

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Esa misma tarde un guardia le informó que podía ver a su abuelo, pero que, tal vez debería no llevar a su hermano, cosa que la alertó bastante.

Caminó a paso decidido hasta donde le indicaron, cuando entró, más bien cuando la puerta se abrió, un olor agrio a medicina, encierro y transpiración la invadió. Val tuvo que hacer mucho esfuerzo para reprimir las arcadas que el aroma le provocaba. Entrar en esa habitación hizo que su corazón se detuviera por un segundo. El rey, aquel hombre que cuando era niña le parecía de lo más imponente del mundo, que le generaba temor y admiración en la misma medida, yacía ahora en una cama que parecía devorarlo.

El cuarto estaba envuelto en penumbras, las cortinas pesadas apenas dejaban entrar la luz del día, creando un ambiente lúgubre. Cada respiración era un esfuerzo, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso y podrido.

Su abuelo, apenas era una sombra del hombre que recordaba. La piel de su rostro estaba pálida, casi translúcida, marcada por venas oscuras que se entrelazaban como raíces bajo la superficie. Había manchas en su piel, como si el tiempo y la enfermedad hubieran comenzado a devorarla desde dentro. Parecía que se estaba descomponiendo mientras aún vivía, atrapado en un cuerpo que ya no era suyo.

Ella avanzó con pasos inseguros, sus ojos buscando algún vestigio del hombre que alguna vez la alzó en brazos y le contó historias de batallas gloriosas. Se detuvo al pie de la cama, tragando el miedo y la tristeza que amenazaban con ahogarla.

—Abuelo... —murmuró, su voz apenas un susurro.

Abrió los ojos con dificultad, y por un momento, sus miradas se encontraron. Había un destello de reconocimiento, una chispa que se apagó casi tan rápido como había aparecido.

—Valaena, mi niña. Has crecido mucho. —dijo intentando sentarse en la cama; ella lo ayudó a hacerlo.

—Quería verte, te extrañaba. —aunque no era del todo cierto, ya que no era la razón de su viaje, la sensación si lo era. —Traje a Joffrey. Él esta muy emocionado por verte.
—No lo sé pequeña —dijo tomando la mano de su nieta, su piel estaba helada. —. El tiempo no ha sido amable conmigo.

—Eres su abuelo y te amará de cualquier forma. —le respondió.
El hombre no respondió pero esbozó una sonrisa.

—¿Qué te sucede mi niña?

La miró fijo. ¿Cómo era posible que ese hombre tan enfermo continuara pudiendo leer su alma con tanta facilidad?

—Mi madre está insistiendo con casarme, pero quiere hacerlo con alguien que yo no quiero —sus ojos se llenaron de lágrimas, no planeaba contarle sobre sus problemas, pero ya no podía seguir guardando todo eso en su pecho. —. Odio el frío, no quiero vivir entre la nieve y las pieles. Silverwing también detesta ese lugar, lo sabes, tu me contaste esa historia. ¿Cómo puedo hacerle algo así? —cerró los ojos esforzándose por no llorar. —No quisiera abrumarte con mis problemas, lo siento.

Viserys limpió las lagrimas que habían rodado por su rostro.

—El deber es algo a lo que no le podemos escapar pequeña. Pero entiendo tu pesar. Sobre todo cuando lo que debemos hacer es algo que nos hace completamente infeliz —sonrió de costado o al menos lo intentó. —. Aún soy el rey y no voy a permitir que mi nieta, mi primer nieta, sea infeliz. Dejaré esa decisión en tus manos, tu madre no podrá obligarte a nada.

La joven estaba por abrazar a su abuelo, pero justo en ese momento escucharon a alguien carraspear cerca de ellos. Al girarse vieron a Aemond. ¿Hace cuánto tiempo estaba ahí?

—Mi padre necesita descansar. —La voz de Aemond era firme, casi cortante, y su expresión dura.

Su presencia le hizo tensarse, pero se negó a apartar la vista.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora