23.

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La habitación estaba en completa oscuridad, solo interrumpida por la débil luz de la luna que se colaba entre las cortinas cuando las nubes se lo permitían. Val se revolvía en la cama, intentando conciliar el sueño, pero su mente no se calmaba. Estaba abrazada a una almohada que todavía tenía el inconfundible aroma de Aemond. Cada vez que cerraba los ojos, era como si lo sintiera cerca, pero el vacío en el espacio junto a ella le recordaba que estaba sola. No podía soportar esa sensación.

Estaba molesta, por un lado ella había dejado en claro que no quería que él la fuera a ver, pero el hecho de que no lo hubiera al menos intentado hacía que se sintiera un poco insultada.

Después horas de dar vueltas sin éxito, se sentó en la cama, sus manos estaban aferradas a la almohada con frustración. No podía dejar que sus sentimientos la controlaran de esa forma, pero era más fácil pensarlo que hacerlo. Sentía como si estuviera atrapada entre dos fuerzas opuestas. Finalmente, se levantó, con la necesidad de despejar su mente.

Sin hacer ruido, se vistió con una túnica ligera y salió hacia la fosa de dragones. Allí estaba Silverwing, su compañera fiel, dormida, pero al sentir la presencia de Val, levantó la cabeza, observándola con esos ojos grandes y brillantes. La princesa le acarició el cuello.

Ābra, māzigon. Vāedis lirī. (Vamos amiga. Necesito despejar la mente) —susurró mientras se subía al lomo del dragón.

Silverwing batió sus enormes alas y se elevaron al cielo, surcando la noche. Pronto, las nubes quedaron atrás y volaron más alto, hasta que estuvieron solas en el vasto cielo nocturno, con el viento frío cortando sus rostros y las estrellas brillando sobre ellas. Val se dejó llevar por el silencio de las alturas, respirando el aire puro y frío mientras su mente se aclaraba. Soltó las riendas y abrió los brazos, se sentía bien, como si flotara. Cerró los ojos para poder poner su mente en blanco.

La sensación de libertad que siempre encontraba al volar le permitía ver las cosas desde otra perspectiva, pero aún así, su corazón seguía dividido.
Tras lo que parecieron horas, Val descendió suavemente y aterrizó en las tierras cercanas al castillo. Al bajar, se encontró con una figura en la oscuridad, pero aún así lo reconoció, Cregan Stark, quien parecía haberla estado esperando. Él se acercó, con una sonrisa ligera en su rostro.

—Nunca había visto a un dragón —comentó Cregan, claramente asombrado y a la vez admirado. —. Debo decir que Silverwing es impresionante.

—Es una criatura magnífica —respondió Val con una sonrisa cansada.

Cregan asintió, notando la tensión en su voz.

—La historia sobre Silverwing cuando estuvo en el Norte junto con la reina Alysanne son muy conocidas en mi tierra. —comentó mirando hacia el frente.

Val asintió mientras sonreía un poco triste. Desde pequeña había escuchado como su dragona había desobedecido a la reina Alysanne y se había negado a sobrevolar El Muro.

—Las he escuchado. De hecho ella aún se pone nerviosa con el frío. —respiró profundo. —Por eso sé que no hubiera estado feliz en el Norte.

—Yo creo que lo hubiera logrado. —replicó mirándola y dentro de sus oscuros ojos solo pudo ver sinceridad.

—Estoy segura de que no —lo miró fijo, aquel hombre era una buena persona, de seguro su madre no solo lo había escogido por la posible alianza, sino también por eso. —. Lord Stark. No hubiera sido feliz conmigo, ni yo con usted, por mucho que lo hubiera intentado. Nunca aceptaría ese matrimonio y estoy segura de que su vida sería un infierno. No creo que merezca eso.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora