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Aemond caminaba a su lado, su presencia era tan magnética como peligrosa, la princesa se sentía atraída hacía él como un imán, su brazo rozaba el brazo de su esposo, temía que cada vez que su cuerpo se tocaba con el de él, fuera la última y eso la aterraba. Sabía que cada paso los acercaba al momento inevitable.

Cuando llegaron al salón, Rhaenyra ya los esperaba. De pie junto a la gran silla, con la corona sobre su cabeza y el ceño fruncido, su mirada de fuego cayó de inmediato sobre Aemond. El silencio que siguió fue insoportable. Solo el rugido lejano de los dragones en el exterior rompía la tensión.

—Madre... —comenzó Val, dando un paso al frente.

Pero Rhaenyra la interrumpió con un gesto cortante de su mano. Su rostro estaba marcado por la ira contenida.

—¿Cómo te atreves a traerlo aquí? —escupió, sus ojos brillando con furia. —¡Guardias!

Los hombres que la flanqueaban dieron un paso adelante, con las manos ya en las empuñaduras de sus espadas. La orden estaba clara. Rhaenyra ni siquiera vaciló.

—¡Maten a ese traidor!

El sonido del acero desenvainado resonó en el salón, Aemond solo atinó a levantar los brazos; pero antes de que los guardias pudieran acercarse, Val se interpuso, extendiendo los brazos frente a Aemond, su voz se elevó por encima del caos.

—¡NO! —gritó, sus ojos se fijaron en los de su madre. —No puedes hacer esto, madre. No voy a permitir que lo lastimes y menos frente a mis hijos o a Joffrey.

Rhaenyra, atónita por la resistencia de su hija, dio un paso hacia adelante, sus labios temblaban de incredulidad.

—¿Protegerías al hombre que ha traído tanto dolor a nuestra familia? ¿Que ha destruido todo lo que amamos? Una cosa es pedirme que no lo mate cuando permanece lejos de nosotros, pero una muy diferente es hacerlo ahora que ha entrado a nuestra casa.

—Si madre, voy a defenderlo, siempre —respondió, su voz  fue firme a pesar del temblor en su interior. —No es lo que tú piensas.

La sorpresa en el rostro de Rhaenyra se profundizó, pero antes de que pudiera replicar, Joffrey, quien había estado detrás, dio un paso adelante también, poniéndose al lado de Val. Su mirada era desafiante y se clavó en la de su madre.

—Es cierto, madre. Aemond nos protegió. Siempre lo hizo, cuando estábamos lejos él siempre cuidó de nosotros. Si no hubiera sido por él, no estaríamos aquí.

La mirada de Rhaenyra vaciló, pero la furia no desapareció. Los guardias no se movieron, esperando la próxima orden, pero el salón estaba dividido por la incertidumbre.

En ese momento, Raehla también se puso delante. Su respiración era agitada y las lágrimas en sus ojos hablaban de lo que había vivido en las últimas horas.

—Rhaenyra. Sé muy bien lo que ha hecho Aemond, y conozco el dolor que ha causado a nuestra familia, pero… la persona que vi hoy, no es ese villano sin corazón que creí que era. Por favor, mi señora, al menos permítale hablar o despedirse de su familia, ellos no merecen esto. Su hija, Joffrey, lo quieren y por más dolor que haya causado, ellos no tienen por qué sufrir más.

Rhaenyra apretó los puños, su mirada oscilaba entre Val, Joffrey y Raehla. Parecía debatirse entre el odio que había alimentado durante tanto tiempo y las palabras de aquellos a quienes amaba. Pero la idea de dejarlo vivir aún era un veneno que le costaba tragar.

—Aemond no merece la muerte... no ahora. —Val dio un paso adelante, sosteniendo la mirada de su madre con determinación. —Si lo matas sin escuchar, sin saber la verdad, solo serás otra reina cegada por la ira. Y solo te ganaras mi odio eterno. No te perdonaría nunca.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora