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El castillo estaba envuelto en un silencio tenso, roto solo por los suaves murmullos de las parteras y el sonido de los gritos de Val. El trabajo de parto había comenzado en la tarde, y la atmósfera estaba cargada de expectación y ansiedad.

La princesa estaba en su habitación, rodeada por un grupo de mujeres encargadas de asistir el nacimiento. Su rostro estaba bañado en sudor y su respiración era entrecortada mientras luchaba contra el dolor. A pesar de que las parteras le hablaban con calma, dándole instrucciones y ofreciendo palabras de aliento, la princesa se sentía completamente sola. Si esa fuera otra situación, de seguro estaría acompañada de su madre o alguien de su confianza, pero en ese momento, estaba solo rodeada por un montón de parteras y un maestre.

—Respire profundamente, princesa —dijo una de las parteras, tratando de calmarla. —. Debe mantenerse concentrada.

Val asintió con dificultad, intentando centrarse en cada respiración. El tiempo parecía estirarse infinitamente, y el dolor era constante e insoportable. Val se sentía sola, si bien estaba rodeada de sirvientas, matronas y un maestre, no había nadie en quien ella realmente confiara; en otra circunstancia ella estaría acompañada de su madre, pero no, ella era una prisionera, en un castillo que le pertenecía a su familia, pero que no había nada de cálido en el.

De repente, la puerta de la habitación se abrió de golpe y Aemond entró apresuradamente. Su rostro estaba sudoroso y su mirada era de preocupación.

—¡Aemond! —exclamó Val, aliviada al ver a su esposo-. Estás aquí.

Se acercó rápidamente a su lado, tomándole la mano y apretándola con ternura.

—Por supuesto que estoy aquí. Nunca te dejaría sola.

—Mi señor, no es conveniente que los hombres estén... —comenzó una de las doncellas.

—¡Callate! —le gritó Val a la mujer; no era algo propio de ella, pero en ese momento no le importaba ser amable. —Se va a quedar.

La mujer hizo una reverencia y continuó con su labor.

—No podría estar en ningún otro lugar. —dijo con voz grave, con su mirada fija en ella.

Las parteras continuaron con su trabajo, permitiendo a Aemond estar a su lado. Val sentía el peso del dolor y la ansiedad aliviandose por la presencia de su esposo. Sus manos, a pesar de la tensión, le proporcionaban un consuelo inmenso.

Las contracciones se intensificaron, y Val luchó por mantenerse enfocada.

—Lo estás haciendo increíble, mi señora. —le dijo una doncella.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el bebé nació. El llanto del pequeño rompió el silencio y trajo un destello de alegría a la habitación. Val miró al bebé con lágrimas en los ojos, su agotamiento se mezclaba con una inmensa felicidad.

Las parteras rápidamente atendieron al recién nacido.

—Como supuse —soltó el maestre y ambos lo miraron. —. Viene otro en camino. Vuelva a respirar princesa.

Val miró un momento a Aemond, como para confirmar lo que había escuchado.

El proceso volvió a iniciarse, el dolor, los gritos, la respiración, pero esta vez fue mucho más rápido.

Cuando el segundo bebé llegó al mundo, el ambiente en la habitación cambió de dolor a alegría.

Las parteras se apresuraron a limpiar a los recién nacidos y a atender a Val, mientras Aemond se inclinaba hacia ella, besándola con ternura.

—Hiciste un gran trabajo. —dijo, su voz temblaba de emoción.

—Felicidades mis señores —el maestre se acercó con los bebés en brazos. —, son un niño y una niña preciosos, fuertes.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora