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Los meses pasaron con rapidez, Val, a consejo del maestre, permaneció durante cinco meses en reposo casi absoluto, el embarazo era algo riesgoso decía, pero ella sabía que también era una forma más de controlarla.

En esos meses solo había salido de su habitación en contadas ocasiones, una de ellas había sido para ver a Alicent, la cual la había enviado a llamar. Su vientre aún no había crecido demasiado, pero el embarazo ya era innegable.

Caminó lentamente, ayudada por Helaena y un maestre. Aemond caminaba detrás de ellos, ella no dejaba que la tocara, de hecho, ni una vez se había acercado a su hijo.

El rostro del rubio había adoptado un semblante oscuro y lúgubre, marcado por la tristeza, Aemond la amaba y amaba al bebe, Val lo sabía, pero también amaba a su orgullo y a su sed de venganza, y eso era algo que la princesa no podía soportar.

Cuando llegó a los aposentos de Alicent, la mujer la miró y sin siquiera cambiar su sería expresión le hizo un gesto para que se sentara.

—¿Cómo está? —preguntó al maestre sin mirarla.

—El bebé crece fuerte, mi señora, aunque creemos que podrían ser dos.

—Son dos. —soltó Helaena.

—Dar a luz no es tan grave Valaena. Aquí estarás cuidada —comentó Alicent con una sonrisa fingida. —. Sé que las mujeres Velaryon y Targaryen tienen una larga y mala relación con los partos pero realmente no sabemos cómo son las mujeres Strong. ¿No es así?

—Madre. No. —le advirtió Aemond, Val solo lo miró con agradecimiento pero no dijo nada. —Silverwing ha puesto una nidada. —agregó intentando cambiar el clima.

—¿En serio?

Hacía tanto tiempo que Val no visitaba a su dragona que ya se sentía completamente alejada de ella, pero aquella noticia la alegró muchísimo. Últimamente, casi nada la hacía sonreír, desde la muerte de Luke su vida se había convertido en una sombra constante, cualquier destello de felicidad o paz en su vida era fugaz, como un suspiro en medio de una tormenta. Su mano descansó instintivamente sobre su vientre, pensando en ser o seres que ahora creían crecer en su interior. No sabía cómo procesar la idea de traer hijos a este mundo, sabiendo que el odio, la venganza y el dolor parecían ser la herencia más tangible que podían recibir.

Alicent, siempre hábil, mantuvo su sonrisa superficial, pero la tensión en la habitación era obvia. Valaena sabía que la reina viuda la observaba no solo como una futura madre, sino también como una pieza más en el tablero de juego. Su cuerpo no era solo suyo; era un símbolo, una herramienta.

—Descansa, Valaena —dijo Alicent, su tono falsamente cálido—. Pronto necesitarás todas tus fuerzas.

Aemond permaneció en silencio detrás de ella, Val podía sentir el conflicto interno que lo consumía. Era un hombre dividido entre el amor y el odio, entre el deseo de protegerla y su sed de venganza. Esa división los estaba destrozando.

Con la audiencia finalizada, el rubio la ayudó a levantarse cuando el maestre y Helaena la sostuvieron por los brazos. A pesar de su distancia, su contacto era firme, pero ella lo apartó con una mirada fría. No podía soportar que la tocara mientras en su mente veía el reflejo de un hombre devorado por la oscuridad.

Salieron de la habitación de Alicent en silencio, con el sonido de sus pasos resonando en los pasillos del castillo. Helaena, siempre sensible al ambiente, decidió adelantarse con el maestre, dejándolos a solas. El aire entre ellos era espeso, cargado de palabras no dichas y emociones reprimidas.

Finalmente, Aemond rompió el silencio, su voz baja y áspera.

—No tienes que hacer esto sola, Val. Lo sabes.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora