25.

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Valaena se despertó sobresaltada por el ruido sordo y continuo que provenía desde los pasillos. Había movimiento en el castillo, un murmullo bajo que crecía en intensidad, era obvio que algo extraño estaba sucediendo. Se incorporó en la cama, su corazón latía con fuerza mientras trataba de descifrar qué estaba ocurriendo. Sintió un golpe en la puerta y giró hacia Aemond, quien también se había despertado.

—¿Qué sucede? —murmuró, apenas despierta.

—Mi príncipe el Señor Mano lo ha enviado a llamar. —se escuchó del otro lado de la habitación.

Aemond se levantó con rapidez, su rostro estaba endurecido por una preocupación que no podía ocultar.

—Quédate aquí —le dijo con tono firme mientras se vestía apresuradamente—. Voy a averiguar qué pasa. No salgas de la habitación. Cierra la puerta cuando me vaya.

—Aemond no…—Val lo llamó con un susurro, pero él ya había salido por la puerta principal, dejándola en la oscuridad.

El murmullo en los pasillos seguía creciendo, un eco de voces que cargaba una sensación de urgencia. Los minutos pasaron lentamente, cada vez más angustiosos. Los pensamientos de la princesa iban desde la preocupación por la seguridad de Aemond hasta el miedo de que algo grave hubiera ocurrido. Seguía sentada en la cama, con las manos aferradas a la sabana, atenta a cualquier sonido o movimiento.

De repente, la pared cercana a la chimenea se movió con un crujido bajo. El pasadizo oculto se abrió y, por él, apareció Aemond, cargando en brazos a Joffrey, medio dormido, con los ojos hinchados por el sueño y el desconcierto. El niño se aferraba al cuello de su tío, visiblemente confundido. Cuando dejó al niño sobre la cama él abrazó a su hermana, estaba temblando.

—¿Qué pasa? —preguntó la joven, su sonó entrecortada por la preocupación y el miedo.

Aemond cerró la entrada del pasadizo detrás de ellos, su rostro estaba más serio que nunca. Al ver su expresión, un nudo comenzó a formarse en el estómago de la princesa.

—El rey ha muerto —dijo con voz baja, pero firme, se acercó a la cama y se arrodilló delante de ella. —. Tu abuelo está muerto.

—¿El abuelo Viserys? —preguntó el pequeño pero nadie le respondió.

El golpe de las palabras de Aemond fueron como una daga atravesando su corazón. Valaena sintió que todo su cuerpo se tensaba, su respiración se volvió errática mientras el dolor de la noticia la asfixiaba.

—Tengo que ir a ver a mi madre…—dijo, sus ojos llenándose de lágrimas.

Aemond negó con la cabeza, su semblante ahora más severo que nunca

—No. No puedes salir de aquí. —Se acercó a la puerta principal, asegurándose de que estuviera bien cerrada, antes de volverse hacia ella—. Escucha bien, Valaena. Ahora que tu abuelo está muerto, van a coronar a Aegon. Mi madre me ha enviado a buscarlo. 

—¿Qué? ¡Eso es imposible! —exclamó, en un susurro lleno de incredulidad—. Mi madre es la heredera, ¡todo el reino lo sabe!

—Basta  —Aemond la interrumpió con dureza, avanzando hacia ella—. No podemos arriesgarnos a que te vean o que estés sola por el castillo.

—Si no hago algo creerán que soy una traidora.

—Val. —su tono cambió de duro a dulce mientras la miraba a los ojos. —Ni mi madre ni Otto necesitan más motivos para desear que tanto tú como Joffrey acaben muertos. 

Aquellas palabras la dejaron paralizada. La idea de que su vida y la de su hermano estaban en peligro le revolvía el estómago. Aemond se inclinó para apoyar su frente contra la de ella.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora