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En la mañana siguiente Val sentía que todo se le había salido de las manos. Por más que pensara no podía encontrar una forma en la que las cosas salieran bien sin destruir la relación que tenía con su familia.

Se sentó sobre una de las ventanas del pasillo que daba al campo de entrenamiento y se quedó mirando como sus hermanos realizaban sus movimientos con la espada. Esa era su coartada, estaba ahí por sus hermanos, aunque en realidad, al único en el cual se posaban sus ojos era en Aemond.

Aemond y sus movimientos perfectos.

Aemond y su cara de concentración.

Aemond y su sonrisa de costado cuando ganaba el duelo.

Aemond. Aemond. Aemond.

Alguien tocó su hombro y estaba tan absorta que se asustó, soltando un grito y haciendo que todos en el campo se giraran a verla. Lo que hizo que se ruborizara en un instante.

—Mi lady le traje otro abrigo. Hace frío aquí. —Roahna estaba parada detrás de ella con una capa en sus manos.

—Gracias. —le respondió a la doncella y se colocó el abrigo.

Estaba a punto de irse de allí de la vergüenza que sentía por el hecho de que todos la hubieran escuchado gritar, cuando se dió cuenta de que ya no había nadie allí, solo Aemond que la miraba fijo. Le hizo una seña casi imperceptible, señalando a un lugar específico y se dirigió en esa dirección. Val sujeto su vestido para no pasarlo y corrió.

Atravesó todo el campo sin que nadie la viera o se cruzara con ella, cosa que la dejó bastante tranquila. Al llegar sentía su corazón latiendo como loco.

—¿Te gusta ver los entrenamientos? —preguntó con voz profunda mientras se acercaba. Val asintió, no iba admitir en voz alta que solo le gustaba verlo a él, sería darle una razón más para acrecentar su tonto ego.

Sin más palabras, el rubio acortó la distancia para tomar su rostro entre sus manos y besarla.

Justo en ese momento, un ruido los interrumpió. Se separaron abruptamente, y ambos giraron; Jace estaba mirándolos con incredulidad.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —gritó Jace, su voz estaba cargada de furia. —. Aléjate de mi hermana.

—Jace, espera.

—¿Cómo puedes ser tan ingenua? —le gritó. Jamás lo había visto así, parecía que iba a estallar. —¿Cómo puedes dejar que este maldito te manipule?

Valaena intentó responder, pero Jace no le dió tiempo. Se giró hacia Aemond, con una mano lo señaló y con la otra sostenía la empuñadura de su espada.

—Aléjate de ella.

—¿Quién me lo va a impedir? ¿Tú? —la risa burlona que soltó solo hizo que su hermano se enojara aún más.

El rubio se adelantó, la actitud que tenía con Val siempre era diferente que la que le mostraba al resto. Ahora era el Aemond que la mayoría conocía. Soberbio, arrogante, malicioso.

—No dejaré que arruines su vida.

—Jace. Por favor. —Val se puso entre ambos. No estaba dispuesta a que esto escalara. —Escúchame.

—¡No! —se puso muy cerca de su hermana, Aemond intentó interceder pero la rubia lo detuvo colocando una mano sobre su pecho. —¿No te das cuenta? —miró al otro hombre con desagrado. —Lo único que quiere es destruirte, destruirnos. Hice de todo para evitar esto y aún así caíste en su trampa.

—¿De qué mierda hablas bastardo? —escupió con odio.

—Fui yo quien interceptó tus cartas. —confesó, sus ojos estaban inyectados en sangre, a Val se le cortó la respiración. —¿Creíste que iba a dejar que mi hermana leyera todas tus mentiras? —Estaban tan cerca uno del otro que la estaban aplastando. —. ¡Las quemé! Todas y cada una de ellas. Y disfruté demasiado haciéndolo.

La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora