Al día siguiente, el amanecer llegó con una luz suave que se filtraba a través de las cortinas de la habitación de Valaena.
La habitación estaba en silencio, solo interrumpido por la respiración tranquila de los dos que yacían en la cama. Aemond aún dormía a su lado, su brazo envuelto posesivamente alrededor de su cintura, como si temiera que al despertar ella pudiera desvanecerse.
La joven observó su rostro relajado, desprovisto de la tensión que a menudo lo acompañaba durante el día. Podía ver la sombra de sus pestañas descansando sobre su piel, su cabello dorado desordenado en suaves ondas sobre la almohada.
Por un momento, todo pareció detenerse. Una paz inusual la envolvía, algo que rara vez sentía en su vida. Se permitió disfrutar de ese momento, del calor del cuerpo de Aemond a su lado, de la sensación de pertenencia que había creído perdida hacía mucho tiempo.
Pero, como siempre, la realidad pronto regresó. Se movió con cuidado, tratando de no despertarlo mientras salía de la cama. Necesitaba tiempo para pensar, para ordenar sus pensamientos antes de enfrentarse a las consecuencias de lo que habían hecho. Caminó hacia la ventana, abriéndola para dejar entrar el aire fresco de la mañana.
A sus espaldas, escuchó el susurro del movimiento. Aemond se había despertado. Podía sentir su mirada en su espalda, lo escuchó levantarse y acercarse a ella; luego la yema de sus dedos rozando sus hombros con suavidad.
—¿Estás bien? —preguntó él, su voz ronca por el sueño.
En respuesta solo asintió mientras se volvía lentamente, apoyándose contra el alféizar de la ventana. Lo observó por un momento, tratando de encontrar las palabras correctas. Habían cruzado una línea la noche anterior, una que no podría desdibujarse fácilmente.
Tomo el rostro del príncipe entre sus manos, dándose tiempo para recorrer cada una de las facciones de su rostro; luego hizo foco en la cicatriz.
—Ayer te pedí que te lo quitaras —dijo suavemente. —Nunca pensé que lo harías.
Aemond se encogió de hombros ligeramente, una sonrisa burlona en su rostro.
—No podía negarme —respondió con sinceridad—. No a ti.
Valaena dejó escapar una pequeña risa antes de hablar de nuevo.
—El zafiro azul es mi favorito.
—Lo sé. Por eso lo elegí, porque quería algo que fuera tuyo. —Su mirada estaba fija en ella, intensa como siempre. —Nunca he querido algo con tanta certeza como te quiero a ti —confesó. —Desde que tengo razón que lo único que realmente me ha importado, eres tú.
Valaena sintió una oleada de emociones en su pecho.
Justo en ese momento, un golpe en la puerta rompió la quietud del momento. Valaena se tensó de inmediato, su corazón comenzó a latir con fuerza.
—Mi Lady. ¿Puedo pasar?
—Deberías irte —susurró ella rápidamente, apartándose.
Él, sin embargo, no se movió. —¿Que sucedería si me quedo? —preguntó en voz baja. —. Si nos ven juntos, podría terminar con todos los problemas. Podríamos…
—No —lo interrumpió ella. —. Si alguien te ve aquí, Daemon y mis hermanos harían fila para asesinarte. Y no quiero que te pase nada. Por favor, vete. Vamos a resolver esto, pero no así
Aemond la observó por un momento más, su mirada se llenó de frustración. Pero finalmente, asintió con un suspiro.
—Está bien. Me iré —murmuró, dándole un último beso rápido y dirigirse hacia uno de los pasadizos ocultos.
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La Sangre del Dragon ~ Valaena Velaryon ~ Aemond Targaryen
Hayran KurguValaena Velaryon, la primogénita de Rhaenyra Targaryen y Laenor Velaryon, segunda en su nombre. Apodada "La Flor de la Corona", podría tener lo que desee, pero lo único que la hará feliz es lo único que parecería ser lo que no le conviene... Aemond...