CAPITULO XI: Le gustas.

984 52 2
                                    

— ¿¡QUEEE!? –Grito Lilly.

— Si, pero ya sabes... Después se arrepintió.

— Le gustas.

— Estás loca, déjame dormir.


Eran las 7:00 am. Lilly se levantó temprano para ir a trabajar, así que aproveche la oportunidad de contarle lo que Harry estuvo a punto de hacer conmigo anoche.

— Emma, es enserio, le gustas.

— ¡Joder Lilly no es cierto solo fue un desliz!

Me tape con las cobijas hasta la cabeza, y lo último que le escuche decir a mi mejor amiga antes de que saliera de mi apartamento, fue:

— Miéntete a ti misma, pero yo estoy fuera de ustedes dos. Puedo ver que le gustas, que se gustan. Nos vemos mañana.

Tal vez Lilly tenía razón, pero no me quería dar alas a algo imposible, no quería aferrarme a él, todo esto era muy complicado.

Cogí mi celular para ver si había algún mensaje, pero la bandeja de recibidos estaba vacía. Di un largo suspiro, y poco a poco me volví a quedar dormida.


***


— ¡¿QUEEEEEEE?!

— Lo sé, Lilly reacciono igual.

— Mierda Emma, le gustas.

— ¿Que? ¿Melannie tú también? Ya basta ¿sí? Todo esto es confuso para mí y ustedes hacen que...

— ¿Nosotras o Harry? Emma, nosotras no te estamos ilusionando, no te estamos dando esperanzas con alguien... Bueno, ya sabes... Casado. Pero por Dios Emma, ¿has visto cómo se comporta contigo?

— El la ama.

— ¿A quién? ¿A la bruja de voz chillona? –Interrumpió- Porque sí la ama y así es como la trata, entonces le diré a Paulina: "bruja, cierra la boca, no pagare tu abrigo con mi tarjeta de crédito a pesar de que soy millonaria" por Dios abre los ojos y ponle fin a esto o que el pida su divorcio.

Como lo había dicho, Melannie podía hablar cinco minutos, y en esos malditos cinco minutos te podía hacer entrar en razón. Quizás no era la persona más cortes en decirle su realidad a una persona, pero te despertaba.

La gente en el bar iba llegando de a pocos, así que con una mirada de Lauren, haciéndonos extender que ya era hora de trabajar, Melannie comenzó a limpiar las mesas y yo a servir las bebidas en la barra de licores.

Las luces volvían a cegar mi vista, y con suerte podía ver la cara de algunos clientes.

Unos me pedían cerveza, otros, piña colada y algunos solo me llamaban para pedir mi número, pero nunca faltaba el maricón que no le bastaba con mirar, sino con tocar.

— ¿Señorita podría venir por favor? –Me dijo un hombre de voz gruesa.

— Si señor dígame –Dije inclinándome un poco para escucharlo mejor. La música estaba muy alta.

— Bueno, dos cosas: la primera, estás demasiado exquisita, y la segunda, ¿puedo tocar esto?


Y en cuestión de dos segundos, con su mano derecha me dio una palmada. Odiaba con mi vida que me golpearan el trasero así.


Mi primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora