CAPITULO XVI: No habría caso.

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Habían hombres, mujeres, niños y jóvenes de todas las edades, y si, otra vez todos eran elegantes. Otra vez no encajaba, otra vez me sentía ordinaria, patética. Pero a Harry le encantaba llevarme a lugares costosos, y no lo culpo, ya estaba acostumbrado a un estilo de vida.

Nos sentamos en la mesa que estaba al lado de una gran ventana para recibir un poco de aire fresco, y ni bien la camarera se los acerco, Harry volvió a pedir algo raro, pero se oía delicioso, y más que todo, elegante.

Mire la carta una y otra vez mientras Harry pedía lo suyo, mientras que yo intentaba sonar lo menos ordinaria posible al pronunciar "pepperoni" o "champiñones a la parrilla con queso"


— ¿Y bien? Me parece que alguien se tiene que disculpar. -Me dijo una vez la camarera tomo nuestra orden.

— Está bien, está bien, lo admito, pensé que entre tú y yo había pasado algo más.

— Nunca cruzaría la línea límite sin tu permiso, o en otros casos, estando ebria -rio.

— Igualmente si lo hubiésemos hecho tu reacción seguiría siendo la misma.

— Tienes razón, pero no por no haberlo disfrutado, sino porque sería un delito estar contigo sin recordarlo.

— Oh, cállate.


Sabía perfectamente cómo ponerme de mil colores con tan solo un par de palabras, incluso mirándome fijamente por unos largos segundos.


— Cambiando de tema, y no es por arruinar el almuerzo, ¿Megan no te pregunta por qué vienes tan seguido a San Francisco?

Harry sonrío cabizbajo tal vez por mis ocurrentes y masoquistas preguntas acerca de su mujer, o porque le mentía.

— Ella no lo sabe, Emm.


Le mentía.


— Pero...

— Ella cree que sigo viajando por negocios, pero no sabe que tengo vacaciones hace quince días.

— ¿Vacaciones? ¿Hace quince días?

Era obvio, si le mentía a su mujer, porque no me mentiría a mí siendo la segundona y amante, y quien sabe, podría tener una en Chicago, una en Seattle y otra en Nueva York.

— Creí que ya lo sabias...

— Para nada.

— Pero tómalo por el lado bueno, solo he venido a San Francisco desde que te encontré otra vez.


El mentiroso sabía cómo contentarme.


— Eso es lo que espero.

Me sentía estúpida reclamado algo que ni siquiera era mío. Digo, él podía estar con tres mujerzuelas más si él quisiera, la única que tenía derecho a reclamar o pedir algo era la madre de su hijo, Megan.

La culpa me carcomía por dentro cada vez que él y yo no estábamos juntos, porque cuando me quedaba sola, ese era el momento adecuado para preguntarme a mí misma que estaba haciendo con mi maldita vida.

— Muñeca, no estoy con nadie más lo juro.

— No tiene que darme explicaciones.

— Pero quiero hacerlo.

Mi primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora