Capítulo 22

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SCUSE
(Excusas)

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Luego de ducharse, se untó de cremas aromáticas, se maquillo ligeramente y se puso bragas oscuras y un brassiere con algo de relleno -a Annie le gustaba su trasero (a veces, creía que era lo único bonito que tenía su cuerpo), pero era consciente de que su busto era una miniatura, y eso la acomplejaba un poco-, después se vistió su uniforme escolar, como hacía regularmente, pero en lugar de poner libros en su mochila, metió un cambio de ropa.

No sabía a dónde iban a ir su hermano y ella, pero quería estar preparada. Y llevaba puesto su anillo zafiro -tenía un montón de joyas con zafiros, pero ninguno en oro blanco: su familia siempre le obsequiaba oro amarillo, pues éste hacía juego con sus cabellos dorados-; quería verse perfecta y, cuando terminó y se miró al espejo, creyó estarlo.

Al bajar a la cocina, lo encontró en compañía de Matteo, quien jugaba con un diminuto animal de pelaje negro, corto y brillante.

-¿Y ese gato? -preguntó, algo extrañada.

Matt sonrió.

-Es una gatita -la corrigió-. Y es tuya.

-¡¿Me compraste un gato?! -se emocionó Annie.

Luego de Borlita, su conejo -y de Calcifer, su hámster-, ella no había tenido ninguna otra mascota, pues a su madre no le gustaban.

-No -esta vez, la corrigió Angelo-: yo te compré un gato.

Así que, ¿eso era lo que estaba dormido la noche anterior, cuando él fue a buscarla? Sonrió. Cogió al gatito entre sus manos y lo miró bien. Sus ojos eran de un azul muy claro.

El gato maulló y Anneliese se puso tan contenta que, ahí mismo, frente a Matteo, abrazó a Angelo, pero lo soltó al instante -tal vez eso iba a incomodarlo-, sin embargo..., él la abrazó también.

-Entonces -bostezó Matt-, ¿se van ustedes solos hoy?

Angelo, terminándose su yogurt, se limitó a asentir. Anneliese comprendió que él le había pedido no los llevara.

-Te vas con cuidado -le pidió-, no quiero que papá me mate -comentó, mientras le entregaba las llaves, aunque ninguno lo tomó en serio: de su padre no sabrían en semanas.

-Sí -aceptó Angelo, cogiendo las llaves.

Cuando alcanzó los dieciséis años, Hanna había tramitado para Angelo -a petición de éste-, su permiso especial para conducir en compañía de un adulto, pero Raffaele no le permitía hacerlo más que en espacios vacíos y yendo siempre él de copiloto -lo que hacía reír a Matt: enseñaba a Angelo a disparar armas, pero no lo dejaba conducir solo-; a Matteo tampoco le había permitido hacerlo antes de los dieciocho y, a Annie, ni siquiera la había enseñado.

-Entonces -siguió Matt, mirando a su hermana-, ¿cuánto dinero nos regalaron?

«¿Nos?»

-Que no vas a quedarte con mi dinero -aseguró Annie-. Comenzando porque ni siquiera sé si me dieron algo (no he abierto nada), pero puedo pagarte si cuidas a mi gatita hoy -le ofreció.

-Hecho -aceptó él, al instante-. ¿Cuánto?

Ante la penosa urgencia de su hermano, Angelo no pudo hacer más que soltar una risotada burlesca. No era secreto para ninguno que Matt nunca tenía dinero -su único ingreso consistía en el pago semanal que le hacía su padre, por hacer de chofer escolar de sus hermanos-.

El mayor miró a su hermano con fingido desprecio.

-Cincuenta euros -intervino Annie, negociando con una (a su parecer) elevada suma por cuidar de un gato-. Angelo te paga -añadió luego, para borrarle la sonrisa socarrona al otro.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora