[3.2] Capítulo 7

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E LA VITA VA AVANTI
(Y la vida sigue)

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Al oír la voz de su niño, llamándolo, Raffaele se giró, rápido...así, como lo había atendido siempre.

Se quedaron callados luego, mirándose a la cara.

—Sólo quería verlo un momento —explicó el hombre su presencia, prometiendo, al mismo tiempo, que no volvería a verlo.

... El muchacho no supo si le complació eso, luego de todo... Annie ya lo sabía. Su temor, su duda, ya no existía.

—¿Y ya lo viste? —le preguntó.

—Cuesta trabajo hacerlo desde acá —confesó.

Angelo asintió.

—Y... ¿te gustaría pasar a verlo? —le ofreció.

Raffaele perdió por completo la expresión y tardó un momento para realizar cualquier movimiento.

Al verlos abrazarse, Matteo, Lorenzo y Raimondo quisieron todos marcharse, desaparecer, huir sin que nadie se diera cuenta, pues se sintieron intrusos en una situación que sólo les correspondía a ellos dos.

** ** **

—¿A qué hora me lo van a dar? —reprochó Anneliese, a su hermano.

—En cuanto estés limpia —se rió él.

Ella había despertado hacía un rato y Angelo les había pedido, a sus familiares, un momento a solas con ella —necesitaba abrazarla con fuerza, besarla y también asearla—.

Anneliese sintió el vientre completamente suelto por dentro, vacío, cuando Angelo le quitó las ventas que le habían puesto luego del parto.

—¿Puedes caminar? —él, desnudo junto a ella, la mantenía sujeta por la cintura y un antebrazo, conduciéndola hacia la ducha.

Annie no se molestó el responderle: había caminado sola desde que él la había bajado de la camilla, probándose si... esta vez, podía andar. La ocasión anterior lo había hecho casi sin ningún problema, aunque... la ocasión anterior, no había sido enteramente ella.

—Ay —jadeó, aliviada, cuando la refrescante agua empapó sus cabellos rubios.

Miró hacia sus pies y pudo ver el agua rojiza yéndose por el desagüe, entre sus pies, al tiempo, Angelo se posicionó frente a ella y le cogió el rostro con amas manos; ella creyó que iba a ponerle algo de champú en los cabellos, sin embargo, lo que él hizo, fue inclinarse y besarla. Entonces Annie se dio cuenta de que, en todo el día, en todo ése día, no se habían besado uno al otro para más algo más que reconfortarse, y le pasó ambos brazos por el cuello, apretándolo con fuerza.

.

—Ay, por Dios —gimió Nicolas.

Él había llegado recién al hospital, pues había estado en Milán para una sesión fotográfica; había volado hasta Annie, sin embargo, apenas Jessica le avisó que su mejor amiga estaba por dar a luz.

—Es tan chiquito —obvió.

Annie apenas lo escuchaba —le sonrió, compartiendo con él su alegría, pero fue todo—. Le habían llevado a su bebé hacían unos pocos minutos —lo habían metido dentro de un mameluco de conejo, blanco con largas orejas rosas— y, en ése momento, existían sólo él, Angelo y ella. No podía dejar de mirarlo: tenía la piel blanca como la de Angelo —y como la había tenido Abraham—, pero él era ligeramente más gordito, y sus ojos... no tenían las motitas grises, en el mar azul que eran los ojos de Abraham, pero... los de él no parecían ni grises ni azules: demasiado claros para ser azules, como los de su padre; demasiado coloridos para ser grises, como los de su madre.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora