[2.3] Capítulo 36

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IL GIORNO DELLO ZIO
(Día del tío)

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Mientras leía el menú, Anneliese Petrelli se acarició suavemente el vientre, sin darse cuenta.

—¿Qué se te antoja? —le preguntó Angelo.

Ella hizo un sonidito con su nariz, indicando que aún estaba decidiéndolo; se le antojaba todo y nada, a la vez. Frunció un besito con los labios.

—¿Dijiste que había paella? —le preguntó, levantando la mirada, centrándose en el color ámbar del whisky con hielo, que el mesero servía para su hermano.

... Annie nunca se lo había dicho, pero algunas veces, cuando veía la bebida deslizándose sobre los hielos, e incluso cuando el olor llegaba de repente a su nariz... pensaba en su padre.

Sin darse cuenta, alargó la mano derecha y, con el dorso de sus dedos, acarició la línea del mentón suave, de Angelo.

—Con mucho azafrán y llena de camarones —aseguró él.

—Bien —dijo ella, cerrando el menú—: quiero paella —dijo al mesero.

—¿Algún aperitivo? —preguntó el joven mesero, sin sentirse confundido por la petición de un platillo español en ése restaurante exclusivamente italiano, pues el chef se había encargado de transmitir al resto de empleados que, esa noche, los visitaría la familia del jefe (para los antiguos empleados, los hijos y nietos de Giovanni, seguían siendo la familia del jefe).

—No —ella le entregó su menú—, sólo paella, por favor, y para beber me traes sangría virgen, y agua mineralizada con limón. Y camarones empanizados; quiero muchos camarones empanizados con aderezo de chipotle, y chorizo español y una cerveza sin alcohol. Eso me lo traes antes que la paella. Por favor.

El mesero asintió de manera educada, como si no se hubiera percatado de la contradicción de la muchacha.

—Creí que pedirías el postre también —jugó Angelo, cuando el mesero los dejó—, junto a tu "sólo paella".

—Gracioso —soltó ella, preparándose para ponerse de pie—. Iré a al baño.

Angelo hizo el intento de seguirla.

—Quédate —le pidió ella—. Iré y sola; sé dónde están.

—¿Segura? —tanteó él.

—Sí —ella se inclinó y le besó los labios, a modo de despedida momentánea.

Antes de entrar al sanitario, Anneliese se detuvo frente al tocador y se miró al espejo, revisando su maquillaje, pero los deseos de orinar la obligaron a darse prisa. No se lo había dicho aún al médico, pero estaba percatándose de que ese embarazo era... ligeramente distinto al anterior. Los malestares que sentía, con Abraham, estaban adelantándose y, más que eso, eran más intensos también.

Al salir, mientras se lavaba las manos, se miró nuevamente al espejo y notó que el color de su labial estaba perdiendo intensidad. Retiró las manos de debajo del grifo y éste cesó el paso del agua; una asistente le ofreció una pequeña toalla blanca, que ella aceptó en silencio, agradeciéndole con un movimiento de cabeza, pensando en que no entendía cómo el labial de Lorena siempre lucía radiante y colorido, y el de Jessica muy brillante, a pesar de las horas transcurridas y de que comían o bebían. ¿Tal vez lo aplicaban de distinta manera?, porque incluso compraba las mismas marcas que ellas usaban.

Buscó su labial dentro del diminuto bolso oscuro y, al encontrarlo y levantar la mirada, a través del espejo, pudo ver parada a su lado, justo a su lado, a una persona que no había notado antes, pero que reconoció inmediatamente...

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora