[2.2] Capítulo 20

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DOVE INIZIA UNA STORIAE QUAL È LA SUA FINE?
¿Dónde comienza una historia y cuál es su final?

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Gabriela Petrelli, junto a sus hijos Lorenzo y Lorena, y también Raimondo, llegaron al convento la madrugada del último martes de enero.

Annie, con la mirada perdida y bajo el brazo de Nicolas -quien intentaba darle calor, con su cuerpo; realmente hacía frío-, no mostró ninguna reacción al verlos, por lo que no notó cómo es que los gemelos echaron casi a correr, apenas verla, y cómo Raimondo, por el contrario, sintiéndose culpable, disminuyó la velocidad, yendo algunos pasos atrás que Gabriela y la hermana Adelina.

-Annie -la llamó Lorena, inclinándose frente a ella y enredando sus dedos entre los cabellos rubios, al sujetarla por una mejilla para obligarla a mirarla.

Ella ya no lloraba.

Lorenzo se dio cuenta de que Annie se había refugiado en algún sitio, dentro de ella, y decidió no llevarla de regreso... al dolor. Le acarició una mejilla con el dorso de sus dedos y, aunque él no lo quería, su prima parpadeó un par de veces, centrando su vista en él.

-Cariño -la llamó Gabriela, reuniéndose con ellos.

Nicolas la dejó lentamente y se apartó algunos pasos, dándoles espacio. Annie se fue de lado, débil, y Raimondo se apresuró a sujetarla; cuando la muchacha lo miró, con sus ojos azules, enrojecidos e hinchados, el muchacho deseó soltarla y huir, pero no lo hizo. Bajó la mirada y tragó saliva.

-Mi bebé -gimió Annie, mirando a Lorena.

Su prima la abrazó con fuerza; Annie no movió un solo dedo.

-¿La ha revisado ya algún médico? -preguntó Gabriela.

-Ayer -asintió la monja.

-Hay que llevarla al hospital -terció Raimondo, retirándose ya que Lorena la tenía.

La familia Fiori tenía dos hospitales en Francia.

Gabriela asintió y se alejó, buscando su teléfono celular. Cuando volvió, poco tiempo después, estaba llorando.

Todos la cuestionaron con la mirada, seguros que las lágrimas derramadas -ésas nuevas- no eran por Abraham.

-Annie -Gabriela se inclinó a la altura de su sobrina y la acarició-, tenemos que ir a Italia -le hizo saber.

La muchacha asintió con suavidad, como si aceptara la despedida -¿una más? ¿qué importaba? El adiós que más dolía, el más devastador, ya estaba viviéndolo..., ya estaba matándola por dentro-. O tal vez no entendía..., tal vez el dolor se la había llevado tan lejos, que no era capaz de conectar su alma destrozada con su alrededor..., o siquiera con su cuerpo.

-Annie -insistió ella-. Todos debemos ir, también tú -le aclaró.

Y eso..., Anneliese sí lo entendió. ¿Estaba hablando de que dejara a su hijo? ¡¿Ahí... solo?!

-¿Qué pasa? -preguntó Lorenzo, comenzando a sentir miedo.

Gabriela lo miró a los ojos, con la boca abierta y... sacudió la cabeza.

-Lo siento -le dijo, con suavidad.

El muchacho torció un gesto suavísimo, se llevó ambas manos a la cabeza cubierta de bucles color caoba, y se volvió a otro lado, alejándose unos pasos, alejando de aquel cúmulo de tormento su propio dolor.

-¿Mi abuelo? -dedujo Lorena.

Gabriela asintió.

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Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora