Capítulo 34

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BAMBINI
(Niños)

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Despertando, Angelo Petrelli abrió su boca suavemente y dejó escapar el aliento; luego arrugó un poco los párpados, antes de entreabrir sus ojos y enfocar, con vista ligeramente borrosa, a su hermana...

Sin pensarlo, alargó las manos y acarició su cabeza rubia, al tiempo que su cadera se echaba hacia delante...

*

—Mi amor —susurró él en su oído, extasiado aún, cuando ella, al final, acomodó su cuerpo sobre el de él; su corazón bombeaba con fuerza.

Era el despertar más agradable que había tenido. O tal vez el segundo porque, el mejor, lo había sido seis meses atrás, cuando abrió los ojos una mañana y se encontró en la cama de Annie, con ella entre sus brazos.

Le besó los labios —sabía un poco a él— y le acarició la espalda a través de la bata de baño; ella tenía los cabellos ligeramente húmedos, por la ducha.

—¿Te gustó? —le preguntó ella.

¿Gustarle? Su sonrisa de lado —mostrando sus colmillitos blancos— habló por él.

Annie sonrió como una chiquilla, feliz; le gustaba llevarlo al clímax, le gustaba saber que podía enloquecerlo del modo que él a ella.

—¿Y? ¿Terminaste tu tarea? —le preguntó.

Angelo puso los ojos en blanco. Ese curso de física, en chino, al que Raffaele lo había inscrito, realmente era duro —y no tanto por el contenido, sino por la cantidad de trabajo en casa, que el profesor oriental dejaba—.

—Sí —suspiró él, dándole otro besito; casi no había dormido nada. Estaba agradecido de que fuese viernes (era el segundo viernes de noviembre), así que, al día siguiente, podría levantarse tan tarde como quisiera.

—¿Toda? —insistió Annie, alzándose sobre sus codos para mirarlo a la cara.

—Sí —gruñó.

—Muy bien —ella sonrió—. Esta noche voy a recompensarte, por ser un buen niño —comenzó: había hecho planes con sus primas para salir esa noche.

El muchacho sonrió y giró en la cama, quedando sobre su hermana.

—¿Qué tipo de recompensa? —jugueteó.

Annie torció un gesto, contrariada:

—Pues... Iba a contarte que hay planes para ir esta noche al cine, o a tomar algo —le confesó—, pero, si tú quiere--

—¡Sí quiero! —la interrumpió él, ansioso, haciéndola reír.

Angelo suspiró y acomodó su cabeza sobre el pecho de su hermana. Cuando estaba junto a ella, entre sus brazos, cualquier clase de sentimiento desagradable desaparecía; a Annie le pasaba lo mismo... generalmente. Aquella mañana era distinto. Aquella mañana ella se sentía algo inquieta... Había algo que no podía recordar.

No llegaba a ser una preocupación. No aún. Sólo era una duda. Una espina. Una intranquilidad que se iba por días y luego volvía, pesada, intensa, pero que desaparecía de nuevo.

... Al menos al principio lo hacía.

*

—Ay —se quejó Annie, con voz ronca, jadeando por el cólico que la había despertado.

Se puso de pie, encendió la luz y miró la mancha carmín en sus sábanas de encajes color hueso.

No era la primera vez que le pasaba. Su periodo menstrual llegaba así, como los parientes desagradables: de sorpresa, de madrugada, sin previo aviso. «No es cierto» uno de esos pensamientos ajenos, involuntarios (intrusivos), que cada vez se hacían más frecuentes, le llegó, junto a un recuerdo: "¿Te pusiste una toalla?" la voz de Angelo le resonó en la cabeza; eso se lo había dicho una noche, cuando estaban a punto de dormir.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora