[2.2] Capítulo 25

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LA PROMESSA
(La promesa)

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—¿Estás bien? —preguntó Angelo a su hermana, al volver a casa, de su clase de cocina, y verla tirarse sobre la cama, boca abajo, en la oscuridad.

Él se arrodilló a su lado, sobre la alfombra, y le acarició una mejilla. Se sentía arrepentido de haber salido, pero ¿cómo podría haber previsto un semejante encuentro con la vagabunda, el hijo de ésta, y la anciana prejuiciosa?

Anneliese asintió, en silencio... y esa noche no durmió. Al principio, Angelo se sintió desesperado al creer que se encontraba ante un retroceso, pero luego se percató de que ella no estaba ansiosa, de que no lloraba, de que no se mecía, de que... tan sólo pensaba, y aunque miraba a la nada, no estaba perdida dentro de sí misma. Más de una vez deseó preguntarle qué había en su mente, pero temía interrumpirla y se limitaba a besarla en el rostro, y aunque ella tardaba un poco, ¡le regresaba todos y cada uno de sus besos!

** ** **

Anneliese deseó preguntar «¿De nuevo?», mientras oía a Jessica informarle, llena de mofa, que Raimondo y Lorena habían terminado... de nuevo. Deseó hacer una pausa su video llamada para que pudiera ponerla al corriente de su primera ruptura, pero temió cortarle el momento, por lo que se limitó a escuchar, con su vista fija en el monitor de la computadora.

Estaban a finales de agosto.

—Básicamente —siguió Jessica, metiéndose una especie de fritura rosada a la boca—, fue esto: —se preparó para comenzar con los antecedentes del asunto.

—Lorena no sabe actuar —resumió Lorenzo, sentándose al lado izquierdo de Jessica, en el sofá, y entrando en el área visual de Anneliese.

Al lado derecho de la muchacha, se encontraba Nicolas jugando con Haru, intentado arrancarle un calcetín de su pequeño hocico blanco.

Aish. Sí sabe —discrepó Jessica, poniendo los ojos en blanco—, pero no la eligieron para la obra en la que estaba adicionando y Raimondo habló con el productor...

—Le compró el papel —nuevamente, resumió Lorenzo.

—Bueno —aceptó Jessica, asintiendo epilépticamente mirando a otro lado, como si no estuviese completamente de acuerdo con el término—. Más o menos: apoyó con los gastos de producción.

—O sea, le compró el papel —insistió el pelirrojo, mirando a Jess.

Ok, le compró el papel —se rió Jessica—. Y Lore se dio cuenta y... —suspiró, como si insinuara que era obvio el resultado de aquello, o al menos el resto del relato.

Anneliese se rió con suavidad y Angelo, sentado frente a ella, sonrió sin darse cuenta: las únicas risas auténticas que ella tenía, era cuando hablaba con Nicolas y Jessica.

** ** **

—Ya estás lista —sentada sobre una banca, en el jardín trasero, Rebecca Petrelli sonrió, terminando de cepillar el pelo de su cachorra.

Había nacido una camada poco luego de la muerte de Giovanni, pero la madre no los había alimentado —y Rebecca sabía por qué: los perros extrañaban a su amo—, por lo que todos habían muerto, con excepción de la —enorme— cachorrita que el cuidador había logrado alimentar con biberones y, desde el momento en que aprendió a caminar, seguía a todas partes a Rebecca, incluso algunas noches se negaba a abandonarla y dormía junto a ella, en su recámara.

—Tienes que unirte a tu manada —le hizo saber, dándole una galleta en la boca—. Ya tienes ocho meses y los otros perros no van a aceptarte —le advirtió—. ¿Quieres que te muerdan cuando los visites?

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora