GIUGNO 3
(Junio 3).
Al principio Hanna no supo qué hacer.
Sintió deseos de huir, de ponerse de pie y correr en dirección contraria a la que estaba Audrey; entrar a la casa y ocultarse dentro, no formaba parte de las opciones. No quería que ella supiera en dónde encontrarla.
No se movió, sin embargo. No pudo hacerlo.
Sintiendo el cuerpo pesado, petrificado, y escuchando un sonido agudo y a la vez amortiguado, en sus oídos, se quedó ahí, mirando a la francesa observar primero a Matteo, cavando aún hoyos para plantar las gardenias, y luego a Angelo, sobre su sillita para bebé; ella parpadeó luego un par de veces, llevó a otro lado sus ojos azules y, tras lo que pareció un carraspeo, a juzgar por sus labios apretados y su posterior trago de saliva, ella abrió el cancel y entró.
Aún sin levantarse, Hanna se impulsó ligeramente hacia atrás.
Detrás de ella, entraron primero Sebastian y luego Sylvain; el primer fue corriendo junto al niño que cavaba en la tierra y el otro, tras acompañar a su madre frente a la mujer de ojos grises, pidió permiso para retirarse un poco y conocer al bebé.
—Sí, ve —lo animó la francesa.
Al escuchar su voz, tan suave como el color de sus ojos, Hanna finalmente pudo ponerse de pie y, ahí, siendo ella casi veinte centímetros más alta que la francesa, se sintió pequeña a su lado, diminuta, insignificante. Era algo que podía leerse en sus ojos grises, y en sus labios pintados de carmín, temblorosos.
Audrey, sin embargo, no contemplaba a Hanna con superioridad, ni con odio... apenas parecía ver algo en su mirada de ojos azules y tristísimos.
—Tenía que verlo yo misma —dijo Audrey al fin, como justificando su presencia.
Los ojos grises de Hanna fueron al hombre rubio que permanecía fuera del cancel, como si quisiera mantenerse al margen o respetar la privacidad de la mujer embarazada.
Audrey contempló a Sylvain por un momento, que estaba acuclillado cogiéndole una manita al que, ignoraba, era su hermano.
—Yo-- —se escuchó decir Hanna.
La rubia la miró de frente e, ignorando por completo su balbuceo, le dijo:
—Es posible que pronto tenga que ausentarme por un tiempo y... que Raffaele traiga a Sylvain y Sebastian para acá —se relamió los labios y bajó la mirada—... Porque así es él: no sabe estar solo; necesita atención constante y... no deja a sus hijos. No hay nada en este mundo que lo separe de sus hijos.
Hanna estaba muda, confundida.
—Y si es el caso —siguió la rubia, y volvió a mirarla a los ojos grises—, si por algún motivo Giovanni le permite traerlos acá..., por favor, sé buena con ellos. Creo que no será por mucho tiempo —Audrey pareció divagar por un momento y luego centrarse una vez más—. Y, ¿podrías mantener esto en secreto?
La alemana no respondió, no a eso.
—Lo siento —pudo decir finalmente.
Audrey, de manera suave, apenas perceptible, asintió y llamó a sus hijos; al momento, ambos la miraron, se despidieron de sus hermanos y fueron junto a ella. Al verlos alejarse, Hanna sintió pánico y, sin saber exactamente por qué lo hacía, sin pensar siquiera en ello, se inclinó y tomó su cámara fotográfica, con la que momentos antes había inmortalizado a Matteo cavando en su jardín, y le hizo una fotografía a Audrey, en compañía de sus hijos.
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Ambrosía ©
Narrativa generaleEn el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. 2.- Un aroma delicioso. 3.- El alimento de los dioses griegos; el fruto de miel...